Por: John Montilla.
En un escrito anterior había señalado que nos generó un sentimiento de impotencia ver a ciudadanos veteranos naufragar en un mar de confusiones con el manejo de los tarjetones a la hora de ejercer su derecho al voto. Pues mucho más triste fue presenciar como personas jóvenes tampoco fueron capaces de manipular ese material electoral y por tanto, quizá no pudieron votar -como ellos según dijeron- querían hacerlo. Cito un par de casos:
Un joven quizá de unos veinte años, llegó muy seguro a nuestra mesa, se registró debidamente, aceptó todos los cuatro tarjetones que manejamos en esa jornada y luego ya en el cubículo, voltea su rostro hacia nosotros y nos sorprende al preguntarnos: “¿Qué es lo que tengo que hacer?, estoy confundido.” Le indicamos la cartilla guía de ayuda al elector, luego se tomó un largo rato para marcar; después depositó sus votos en la urna y se marchó. Apostaría a que se fue sin saber que hizo.
Pero, más patético resultó el caso de otro joven elector, en cierto sentido parecido al anterior. El ciudadano llegó en jeans, zapatos deportivos y una camiseta roja, recibió los tarjetones; se encerró en su cubículo y después de un largo rato de estar concentrado ojeando, y manipulando los tarjetones, se dirigió a nosotros y nos dijo que no encontraba su candidato, y que si le podíamos ayudar. También le explicamos cómo se usaba la cartilla guía. Le dijimos que primero ubicara la página con el logo del partido del candidato y que luego buscara el número, el nombre y fotografía, y que con eso podría usar los tarjetones. Aparentemente nos entendió, pero después de otros largos minutos nos repitió que aún no hallaba lo que buscaba, sin embargo seguía manipulando todo el material electoral que le habíamos suministrado.
Luego de otro lapso de tiempo, el confundido elector se dirigió de nuevo a nosotros; esta vez fue más explicito y expresó: “Yo quiero votar por Guillermo Rivera del partido liberal.” Con toda la seriedad del caso, volvimos a decirle que buscara primero el logo del partido del candidato. Para nuestro asombro nos contestó: “Que no conocía el logo del partido.” (A los jurados no nos está permitido hacer ningún señalamiento en esos documentos). No obstante, alguien le sugiere que se guiara por el color del partido, y entonces nos salió con esta perla: “Que no sabía cuál era el color del partido”. Ante esto, los jurados nos quedamos sin palabras. Yo me quedé mirando su camiseta. (Mientras escribo estas líneas alguien me comenta, que quizá el hombre era daltónico) Pero, a pesar de la adversidad el frustrado elector no se daba por vencido, porque mientras atendíamos a otros sufragantes; él había sacado su celular y por algunas palabras que alcanzamos a agarrar al vuelo parecía que estaba aún pidiendo ayuda usando la tecnología. A todas estas los minutos iban pasando, yo le calculaba quizá más de media hora, afortunadamente no teníamos aglomeración de votantes.
Como el uso del celular en esas circunstancias no es permitido, se acercó un miembro de la policía a notificárselo; ahora el aturdido hombre era centro de atención de parte de un par de miembros de autoridades electorales y de organismos de control; quienes a mi parecer debatían sobre este caso en particular. A mi entender no había nada que hacer, ya que el instructivo de la registraduría es muy claro: “Los ciudadanos que padezcan limitaciones físicas (personas con discapacidad) que les impida valerse por si mismos, los mayores de 80 años y quienes tengan problemas avanzados de visión, pueden ir acompañados hasta el interior del cubículo por la persona de confianza designada por ellos.”, pero no dice nada sobre jóvenes de 18 a 30 años sin ningún impedimento físico y con el triste destino del analfabetismo.
Confieso que admiro el estoicismo y tranquilidad con que enfrentó su azarosa situación, ya que en ningún momento perdió la compostura y resignadamente soportó ser el centro de atención durante todo ese prolongado y patético episodio que iba llegando a su fin, puesto que pareció decidirse -Todos ignoramos si salió victorioso o no- Dobló torpemente los tarjetones, los introdujo como pudo en la urna, reclamó con mirada cándida su cedula y se marchó quizá complacido de haber ejercido su derecho a elegir, después de una larga y penosa hora de batallar con letras, números e imágenes.
John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores