Mis apuntes como jurado de votación

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IE Pio XII
IE Pio XII

Por: John Montilla

Tuve la misión de participar el pasado domingo nueve de marzo como jurado de votación en Mocoa- Putumayo, de este ejercicio de “apoyo a la democracia colombiana” me quedaron algunas observaciones que a continuación voy a relatar.

En primer lugar debo anotar que aquellos a quienes se nos designó en esta localidad, para realizar este tipo de función pública, se nos informó con bastante antelación e igualmente se nos convocó a una jornada de capacitación con personal, según lo mencionaron ellos mismos, venidos de la capital de la república. La jornada como tal, no tuvo mayor relevancia, en parte porque la gran mayoría del personal citado tenía experiencia en estas cuestiones, tanto así que recuerdo que el momento de mayor motivación se dio cuando llegó un funcionario de la procuraduría y mencionó de manera vehemente y con un tono de autoridad todas la implicaciones legales que acarreaba el no ejecutar bien este tipo de tarea impuesta por el estado.

Por tanto no había otra opción que la de presentarse muy puntual a las siete de la mañana en el sitio asignado. Y eso hicimos todos, creo; a pesar de la lluvia con que amaneció ese día; de ahí que el primer síntoma de malestar se generó cuando no nos permitieron ingresar rápido al recinto y nos tocó hacer cola por unos minutos bajo una tenue llovizna. Ingresaron primero las damas ya que al inicio sólo había personal femenino disponible en la entrada. Por eso más de uno se rió cuando un excandidato a la alcaldía de Mocoa quien también había sido designado como jurado ingenuamente se metió a la fila de las damas. Por fortuna este impase se solucionó rápido.


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Luego una vez identificados y hechos los registros pertinentes cada grupo de seis personas procedió a empezar la labor rigurosamente establecida para tener todos los elementos preparados para el inicio de las elecciones a las ocho en punto de la mañana; y es precisamente de ese proceso que pude observar lo siguiente:

image004El manejo del tarjetón no fue una tarea sencilla para todo el mundo, por ejemplo para los mayores se convirtió en un dolor de cabeza. Cito algunos casos más relevantes; por ejemplo un señor hace el proceso para votar y luego lo vemos en el cubículo totalmente desorientado y sin saber qué hacer, se le veía desesperado y confundido; dice: “Estas gafas ya no me sirven, no puedo ver nada.” y a pesar de que el día estaba fresco, el pobre señor sudaba a chorros por el estrés que le producía la situación. Nos dijo: “Es que yo sufro de la presión”, pensé que le iba a dar un ataque. Luego llamamos a un funcionario de la registraduría quien finalmente le autorizó votar en compañía de un allegado de confianza. Cuando recogió su cédula pudimos constatar que llevaba las gafas totalmente empañadas y mientras se secaba su húmedo y acalorado rostro se despidió de forma amable, quizá agradecido de haber podido salir de ese trance democrático.

Otro señor llegó con un brazo en cabestrillo y cuando le pasamos los tarjetones no hallaba como agarrarlos me ofrecí a llevárselos hasta el cubículo, donde pudimos ver las peripecias que tuvo que hacer para poder manejar ese montón de papeles con una sola mano. En esas estaba el señor cuando de pronto se le cayeron al piso unos “stickers” con propaganda de su candidato; ustedes imaginaran las maniobras que intentaba hacer para sujetar las tarjetas y a la vez tratar de atrapar los papelitos delatores que se le habían caído. Pero, al instante otro elector que se encontraba allí y muy seguro del bando contrario dijo: “Eso no puede estar aquí”, me apresuré a recogerlos y se los pasé al agente de policía que estaba más cercano para que dispusiera de dicho material prohibido.

Mientras tanto el señor se daba sus mañas para doblar las tarjetas e introducirlas en la urna.


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También llegó hasta nuestra mesa un vendedor ambulante con un maletín lleno de mercancía, y como buen comerciante, jocosamente nos ofreció su producto mientras le hacíamos el registro; pero si el hombre era bueno para los negocios, no resultó tanto para marcar en los tarjetones, me dio la impresión de que no sabía leer. Pues al rato de haberle pasado los tarjetones regresó a la mesa y nos dice: “Yo quiero votar por el candidato tal con el numero tal, pero no lo encuentro.” Y nos preguntó si lo podíamos ayudar. Le contestamos que no estábamos autorizados para ese tipo de requerimientos. Nos miró de manera resignada y por la forma como el humilde señor manipulaba las tarjetas todo apuntaba a que teníamos un voto nulo en potencia.

Lo único que pudimos decirle al frustrado votante fue que usara la cartilla de ayuda que habíamos colocado en cada cubículo, pero ante esto pareció más confundido, al final el hombre se concentró en marcar -ignoro como lo hizo- luego depositó como pudo las tarjetas semiarrugadas en la urna, recogió su cédula y su maletín negro que había dejado en una silla que le habíamos facilitado; recuerdo haber pensado cuando apenas lo vi, “ojalá hayan requisado bien ese fardo al entrar”, ya que uno se vuelve suspicaz con estas cosas; me contaron que en otro lado no había permitido ni siquiera el ingreso de sombrillas; afortunadamente, salvo las peripecias del vendedor que quiso votar por su candidato y no pudo, no hubo ningún un incidente que lamentar.

A otro señor que tenía problemas con el tarjetón, también le dimos la misma receta: usar la cartilla guía de ayuda, y nos consta que la utilizó bien, tanto así que en el último instante logre evitar que introdujera en la urna los votos con las cartillas incluidas. Ya las tenía a medio camino en la ranura cuando logre agarrarlas y decirle que esas no eran para ese menester; sorprendido el hombre se disculpa, reclama su cédula y luego se marcha riéndose de sí mismo. Por mi parte al revisar las cartillas observé que el señor había marcado en una de ellas por su candidato, con lo cual nos la dejo inútil, por tanto, la eché en la bolsa de material inservible.

También recuerdo a otro elector de aspecto bonachón que una vez llegado a la mesa nos dice: “Yo les voy a ser sincero, a mí se me perdió la cédula, puse el denuncio, pasado un tiempo me dieron otra, luego encontré la cédula vieja, será que puedo votar con esa.” Le respondemos que sí siempre y cuando sea la versión nueva del holograma y que se encuentre debidamente inscrita. El señor no tuvo problemas para votar.

A otro elector que llegó en compañía de su hijo, quizá de unos siete años; un agente de policía le hace retirar al niño del cubículo. En otros recintos tampoco había permitido el ingreso de los niños. Más de un ciudadano llega erróneamente hasta nosotros diciendo que le habían dicho que le tocaba votar en esta mesa, lo cual es una pequeña prueba de que faltó mucha pedagogía para ayudar a los electores. En términos generales en lo que respecta a nuestra labor como jurados no hubo grandes inconvenientes; me habría gustado más, ser testigo en la sede de votaciones donde dicen que se metió una perra en celo seguida por el bullicio de una jauría de perros que crearon un pandemónium en el recinto, y que algunos jurados se vieron a gatas tratando de espantar a esos escandalosos animales. Me gustaría poder narrar todo ese extravagante episodio.

Por ahora estos apuntes corresponden a la forma en que votaron algunos de nuestros ciudadanos mayores; de que cómo votaron algunos jóvenes y de lo que vimos a la hora del conteo de los votos, es tema para una próxima entrega.

John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores.
(Imágenes tomadas de internet)


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