John Brown va hacia donde nace el sol

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John Brown (foto recuadro) es una leyenda que su nieto Ramiro cuenta en Puerto Leguízamo, como tantas en esta frontera con Perú
John Brown (foto recuadro) es una leyenda que su nieto Ramiro cuenta en Puerto Leguízamo, como tantas en esta frontera con Perú

Más allá del narcotráfico, la guerrilla o el contrabando, las fronteras son historias de luchas humanas. Esta es una de ellas en el Putumayo.

ElColombiano
Una lápida sin nombre, una palma sembrada al lado de la tumba luego de su sepelio y el recuerdo orgulloso de su nieto que no quiere que su abuelo quede muerto para la historia, son rastros de John Brown, el único estadounidense enterrado en el cementerio de Puerto Leguízamo.

El sepulturero no sabe el punto exacto, aunque el campo santo es menos extenso que una cancha de fútbol. Dice que puede estar al lado de una de las tres palmeras más viejas. Sí recuerda a ese enorme hombre negro de dos metros, que él conoció joven y que caminaba por las calles del pueblo, muchas veces acompañado de Ramiro Rojas Brown, el hijo de Magdalena Brown, hija de John.

Ramiro era un niño cuando llegó a donde hoy es Puerto Leguízamo. Recuerda que, entonces, era un pueblo pequeño, pero se maravillaba con embarcaciones peruanas, brasileñas y colombianas que arribaban al muelle, en las que cargaban pieles, maderas y animales.

Él y sus hermanos venían del departamento del Amazonas y aquí se radicaron, junto con su abuelo. Leguízamo era paso obligado de los barcos y aquí proyectó construir el gobierno colombiano una cárcel, pero como el territorio no estaba delimitado, la contraparte peruana protestó. En ese tiempo, se llamaba La Perdiz y luego Puerto Caucayá (río de las garzas, en lengua siona).


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Aventurero, navegante, expensionado de la Armada Nacional, combatiente del lado de Colombia en la única guerra externa que ha tenido con otro Estado (Perú), John Brown fue una de las personas que, a comienzos del siglo XX, ayudó a develar todo el horror de la Casa Arana contra los indígenas en la Amazonia y a guiar y documentar en sus denuncias al cónsul británico en Brasil, Roger Casement, evocado por el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en El sueño del celta.

Ramiro está empeñado en no dejar morir del todo a su abuelo. Documenta su biografía. Para él, es un héroe de la historia del país. Quiere, además, limpiar una mancha que pesa en su contra, por un reportaje antiguo de Cromos en el que lo desdibujaron a partir de la novela La Vorágine al presentarlo como el Cayeno vivo del Putumayo, personaje de la novela que lo describe como gordo, blanco, de bigote y asesino de indígenas. Todo lo contrario a John Brown.

“No ha sido valorado ni en la historia local”, dice Ramiro, administrador educativo, quien fue profesor durante 14 años, hijo de Ilde Rojas, un guardián huilense que llegó al Araracuara cuando era un penal y luego abandonó el territorio.

El Pueblo y el río


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En Puerto Leguízamo, a orillas del río Putumayo, municipio del departamento del mismo nombre, tampoco creen que el país haya sido agradecido con ellos. El nombre viene de Cándido Leguízamo, héroe colombiano en la guerra contra Perú, que se ganó en la batalla de Güepí en marzo de 1933.

Miguel Ángel Rubio, su alcalde, observa que apenas en diciembre pasado la cabecera municipal logró tener luz las 24 horas, con recursos del Gobierno. Plantea que la frontera colombiana con Ecuador y Perú tiene desigualdades enormes y que no es sino ir a la ecuatoriana, donde Puerto El Carmen tiene carretera pavimentada hasta Quito y los servicios necesarios.

Ve la necesidad de igualar la infraestructura, porque Puerto Leguízamo tiene menos desarrollo que Puerto El Carmen (Ecuador), pero más que Soplín Vargas (Perú), que está entre 30 y 40 minutos en lancha rápida, aguas abajo por el Putumayo.

Leguízamo vibra, todas las mañanas, en su plaza de mercado. Una costumbre de parte de sus habitantes es llegar temprano a tomar caldo, por lo que los puestos de comidas sobresalen en la parte central, mientras que los de verduras y mercancías están alrededor. Colombianos, peruanos y ecuatorianos confluyen aquí en un intercambio permanente. También vibra en las tardes, cuando los rayos del sol pegan contra el río y el astro se esconde en medio de una sinfonía de colores.

El comercio y la ganadería son las principales fuentes de empleo, aunque la sola Armada Nacional, entre civiles y militares nacidos en el pueblo, sobrepasa los 250 puestos de trabajo.

Para esta zona del sur de Colombia, la vía de acceso más rápida es aérea. Hay vuelo diario desde Bogotá, con escala en Puerto Asís, que dura una hora y 30 minutos. La otra es fluvial, por el río Putumayo, bajando desde este último municipio, entre cuatro y cinco horas.

Aunque en las zonas rurales del Putumayo aparece el frente 48 de las Farc, la vida en Leguízamo es tranquila, sobre todo por la concentración de militares y policías, dado que aquí está la sede de la Fuerza Naval del Sur. La mira de las tropas está puesta en las Farc, el narcotráfico y la minería ilegal.

De fondo está el conflicto de una región que los narcotraficantes casi que coparon con los cultivos de plantas de hoja de coca, retando al poder de la guerrilla. El Gobierno contestó con la fumigación y el aumento de Fuerza Pública. ¿Y dónde se quedó la cara social del Estado? La deuda está pendiente.

Para el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), el municipio tiene 14.000 habitantes (censo de 2005), pero son 35.000, porque solo lo hicieron en el casco urbano. Aparece que sus necesidades básicas insatisfechas son mínimas y es todo lo contrario, según dice el alcalde.

Se pregunta: ¿si la Amazonia hay que cuidarla porque es un pulmón del mundo, cómo cuida el mundo a los seres humanos de la Amazonia para que la conserven?

El río Putumayo, que en el mapa marca la frontera con Perú y con parte de Ecuador y desemboca al Amazonas, aquí no divide. Los ríos no los separan, los unen, señala Rubio. Es su principal vía de comunicación, navegable para embarcaciones de carga y de pasajeros en más de 1.000 kilómetros.

Al río lo amenaza la extracción de oro por parte de mineros artesanales, muchos de los cuales ganaban su sustento en los cultivos ilícitos de coca.

La revelación

En esta zona se le ha llamado bonanza a los periodos en los que floreció la explotación de sus recursos. La bonanza de la zarzaparrilla, raíz de una planta medicinal; después la quina, clave en la lucha contra el paludismo; la de las pieles, la madera; y la del narcotráfico.

El líder indígena Adolfo Carvajal afirma que son las condiciones del mercado las que pesan contra el ambiente y el río. Este ha perdido navegabilidad por la deforestación en el Alto Putumayo y por la extracción de oro en el Bajo Putumayo.

La más escandalosa de todas las bonanzas, la del caucho, fue muy fuerte hasta 1900.

En 1902, fue cuando John Brown llegó a Iquitos, Perú, luego de que, según su nieto, oyera hablar en sus continuos viajes hasta la desembocadura del río Amazonas al Atlántico de la Casa Arana. Propiedad del peruano Julio César Arana, y dedicada a explotar el caucho.

La aventura la había iniciado Brown desde que dejó su natal Chicago (E.U.) y se fue a vivir a las Antillas, Francia y luego a Liverpool (Inglaterra), donde se hizo marinero. Sus primeros viajes fueron al África.

El nieto, al evocar la historia de su abuelo, afirma que en tres años de estancia en la Amazonia de la triple frontera -Colombia, Perú y Brasil- John Brown vio, con horror, la explotación de los indígenas. No aguantó, dice Ramiro, su historiador. “Hacia 1908, cuando se había ganado la confianza de los jefes de la Casa Arana, hace sus denuncias ante el entonces cónsul inglés en Iquitos, David Cazes, pero nada prosperó”.

Brown se fue para la isla Montserrat (Caribe), pero lo invitaron de nuevo a la Amazonia a ser guía del inglés Thomas Whiffen, que buscaba al etnólogo francés Eugene Robuchon, que se había perdido en la selva y trabajaba para la Casa Arana. La misión de Robuchon era hacer unos mapas. John Brown se interna en la selva, donde recoge más información de la explotación, el maltrato y las ejecuciones de indígenas.

No encontraron al francés Robuchon, quien había tomado fotos de los indios esclavizados. Había sido asesinado por hombres de la Casa Arana.

La denuncia de lo que ocurría con la Casa Arana salió a flote porque al gobierno británico le interesó la investigación. Julio César Arana, su propietario, había conseguido capital británico y fundado la Peruvian Amazon Company, así que el gobierno vio necesario conocer las denuncias y designó a Roger Casement, cónsul en Brasil, para investigar los hechos.

“Mi abuelo fue un guía de él. Se habla de la muerte de más de 40 mil indígenas. La explotación fue muy bárbara y más dura en la Amazonia colombiana y peruana que en el mismo Congo Belga, en África”, cuenta Ramiro, quien hoy asesora a Acilapp (la asociación de pueblos indígenas de la región).

En la maloca

Acilapp tiene sede en Puerto Leguízamo, en la que hay una maloca, que es el símbolo mayor de reunión de los indígenas. Aquí se encuentran por las tardes a mambear (masticar hoja de coca) y a discutir los problemas de las comunidades.

Acilapp busca fortalecer la autonomía, la unidad y el territorio de las comunidades Murui, Muinane, Nasa y Corebaju. La Murui (huitotos) está en peligro de desaparecer porque el conflicto armado desplaza a sus miembros y la economía extractiva los hace blanco fácil para involucrarlos, así que el trabajo organizativo es una apuesta de sobrevivencia.

Para los indígenas, el río Putumayo no es una frontera y les duele lo que le pasa. Además, le da el nombre al departamento. La palabra Putumayo es de origen quechua y tiene tres interpretaciones: Río que baja desde muy alto, Río que nace donde crecen las plantas cuyos frutos son usados como vasijas y Río que va hacia donde nace el sol.

Pablo Nofuya es uno de los abuelos Murui, cuya palabra y sabiduría son de respeto. Él acepta dar su pensamiento de la situación de su comunidad.

De 80 años y bajo de estatura, habla despacio y lo resume así: “nos preocupa el impacto de la sociedad mayoritaria. Mientras nosotros discutimos, ya vienen otros que piensan en el oro, la madera y en cómo explotar esto. ¿cómo articular lo de nosotros con ellos para ponernos de acuerdo?”

El abuelo expresa que saben lo que sucede en el mundo con el cambio climático y que algunos entienden que ellos, los indígenas, son los mejores ambientalistas. Reivindica reafirmar la cultura y la tradición.

Una tradición y una cultura que John Brown reconoció desde que llegó a la Amazonia y se puso de su lado. Además, estuvo casado con tres mujeres indígenas. En Chorrera convivió entre los indígenas.

Voces desde Perú

El río Putumayo no es una frontera para los Murui. Es movilidad y la vía para comunicarse con sus hermanos del otro lado, en Perú. Segundo Chimbo Espinosa, un indígena de 54 años, así lo confirma. “Todos compartimos y nos ayudamos”, dice este habitante del asentamiento Nuevo Peneya, en Perú, donde residen 22 familias indígenas. Allí cultivan maíz, yuca, plátano y otros productos que comercian en Puerto Leguízamo. Más que peruano o colombiano dice sentirse hermano de todos los que le piden un favor.

La bandera peruana ondea en los pequeños poblados de ese lado de la frontera, bajando por el río Putumayo. Es muy visible al llegar a Soplín Vargas, la capital del Distrito Teniente Manuel Clavero,  nombres de dos héroes peruanos en la guerra contra Colombia.

Si no fuera por la bandera, el visitante no se percataría que está en el lado del vecino. Tal es su cercanía que un afiche, ya rasgado, pegado en una de las viviendas de madera del parque central de Soplín, invita a votar por Miguel Á. Rubio, el actual alcalde de Puerto Leguízamo.

“Nuestro comercio es con Leguízamo”, afirma Juan Manuel Flórez, alcalde de Soplín Vargas. Para ellos, dice, es clave un aeródromo. Así, Iquitos (Perú) estaría a una hora en avión. La distancia de Soplín con Puerto Leguízamo o con Iquitos se valora en que un kilo de arroz cuesta hoy 2 soles, pero si se trajera por barco de Iquitos el precio sería 5,50 soles.

Jonás Huayaney, comerciante peruano, cuenta que antes las mercancías se traían de Iquitos, pero el precio de los fletes hicieron que el comercio se volcara hacia Colombia y Ecuador.

Los pobladores a ambos lados se mueven libremente, así que en Soplín se puede pagar con pesos. Hay fuerza pública peruana y el único control migratorio es la anotación que un policía hace en un cuaderno.

En la memoria de un pueblo

Tras el conflicto con Perú, Puerto Leguízamo toma el nombre en honor al héroe Cándido Leguízamo. “Colombia ganó la guerra, pero perdió territorio”, dice Ramiro Rojas Brown, porque el colombiano iba hasta el río Napo (hoy de Perú), que baja paralelo al Putumayo hasta el Amazonas.

Reclama que en Leguízamo poco se enseña la historia local. “Por eso no hay apropiación del territorio y de la cultura. Uno reclama que se conozca el río, la selva y nuestra fauna”, dice desde su condición de maestro.

Él, ahora, a partir de la historia, recrea la de John Brown. Evoca que en 1911 se da el primer conflicto con Perú en La Pedrera y luego el de los años 30 y en ambos John Brown se puso al lado de Colombia. Va a La Chorrera y funda Puerto Brown. Terminado el conflicto con Perú vuelve a Leguízamo, junto con un grupo de indígenas de La Chorrera. Fundó, muy cerca, la comunidad indígena de Lagartococha, pues John vivía con la indígena Amelia Nofuya. Al morir ella, se radica por completo en Leguízamo.

El Ministro de Guerra de entonces, brigadier general Alfonso Saiz, le sugiere al comandante de la Armada darle trabajo a Brown por sus servicios al país. Allí se pensionó.

Con un poco más de 100 años, y padre de por lo menos 18 hijos, en 1977 llegó su muerte. Para Ramiro, su abuelo no deja de ser un enigma. Lo próximo que hará es ir al cementerio a arreglar su tumba sin placa. Irá a ponerle el nombre del que él está convencido que fue un gran hombre: John Brown

* Este trabajo se elaboró en el taller de periodismo cultural sobre zonas de frontera, organizado por la Dirección de Comunicaciones del Ministerio de Cultura en asocio con el Fondo Mixto de Cultura de Nariño y con el apoyo de Andiarios.

INFORME

PROBLEMAS Y OPORTUNIDADES EN LAS FRONTERAS

El Putumayo es una de las pocas zonas de frontera donde hay una dinámica trinacional (Colombia-Perú-Ecuador). Un ejemplo son los parques naturales. La Paya, en Colombia; Cuyabeno, en Ecuador y Güepí, en Perú.

Según la investigadora Socorro Ramírez, muchas veces la mirada en el tema fronterizo se queda en la línea límite que, opina, es una construcción arbitraria. «Los gobiernos defienden la línea y la población interactúa», dice.

El politólogo Víctor Bautista, asesor del despacho de la Cancillería, plantea que se trabaja en una política que sea sostenida por los gobiernos. «Las fronteras no sólo necesitan infraestructura sino institucionalidad y se avanza con el Plan Fronteras para la Prosperidad».

Los cuatro problemas en las fronteras terrestres colombianas son las actividades ilícitas, la baja institucionalidad, la deficiente formación del capital humano y el aislamiento.

EN DEFINITIVA

El Putumayo es una de las pocas zonas donde se ha logrado una dinámica trinacional (Colombia, Perú y Ecuador). Detrás de ese intercambio hay historias de luchas humanas como la de John Brown.

Por CARLOS MARIO GÓMEZ J. Fotos HERNÁN VANEGAS Enviados especiales, Puerto Leguízamo

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