El pasado 8 de febrero fue especial para Rubiela*. Ese día preparó café, compró pan e invitó sus vecinos a compartirlo. Por primera vez, después de tres años, se sintió serena: terminaba la incertidumbre que la tuvo en vilo desde que su hijo Jader desapareció. Ese viernes pudo darle digna sepultura. «Le rendimos homenaje y lo enterramos en el cementerio de la vereda. Al fin tengo el alma en paz. Mi hijo reposa en su sitio».
El drama que vivió Rubiela es el que afrontan cientos de familias en el departamento del Putumayo, en el sur de Colombia. Según datos oficiales, en esta región hay más de 1.590 personas reportadas como desaparecidas. “En Putumayo hay por lo menos 1.150 casos relacionados directamente con el conflicto”, señala Rubén Darío Pinzón, Asistente de Terreno del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Puerto Asís.
Este problema se concentra en los municipios de Puerto Asís, Valle del Guamuez, San Miguel y Orito. También ocurre, en menor proporción, en Puerto Caicedo y Puerto Guzmán.
‘Mi hijo estaba aquí, en el cementerio del pueblo’
El 24 de diciembre de 2009, cuando tenía 16 años, Jader decidió ingresar a un grupo armado. A su mamá le dijo que se iba a trabajar y ganar dinero, pero que en enero regresaría para seguir estudiando. Esa fue la última vez que ella lo vio con vida.
“Apenas 20 días después de que se fue mi hijo, comenzaron a hablar de un bombardeo. Pocos días después, dijeron que mi hijo estaba entre las víctimas”, cuenta Rubiela. “Cuando llegué a Puerto Asís, ya lo habían enterrado en el cementerio con los demás fallecidos, sin una identificación precisa. Entonces, me dijeron que tenía que esperar unos ocho años para que me entregaran los restos».
Al no poder confirmar con certeza que su hijo reposaba bajo tierra, Rubiela tuvo fe en cuanto rumor escuchaba acerca de su paradero. «Algunos me decían que se había bajado vivo del helicóptero. Me aseguraban que se encontraba en Venezuela y que necesitaba mi ayuda para poder regresar. Otros me contaban que estaba en una cárcel de menores en el Cesar. La gente lo confunde a uno». Agobiada por la incertidumbre y la culpa, Rubiela continuaba esperando la respuesta de las autoridades.
A pesar de las muestras de ADN, solo tres años después, esta angustiada madre pudo confirmar que uno de los muertos era su hijo, identificando los restos por un diente partido.
Jader siempre estuvo en el cementerio de Puerto Asís. Sin embargo, los procesos administrativos hicieron que el drama de Rubiela se alargara. Hace algunos meses pudo finalmente sepultarlo en el cementerio de su vereda, en el municipio de Puerto Asís. “La incertidumbre me tenía al borde de la desesperación total. Hasta loca me iba a volver de tanto pensar. Ahora, ya sé dónde está mi muchacho», dice «Si no hubiera sido por la Cruz Roja, todavía estaría buscando».
Otros hijos, otros hermanos
‘Mi hijo no apareció más’
“En la última llamada que nos hizo,mi hijo Arcesio dijo que iba a venir a vernos. Sus hijas y yo teníamos muchos deseos de verlo. Desde entonces ni las niñas ni yo lo vimos más. Hasta allí llegó mi Arcesio”, dice con voz entrecortada Ancízar Osorio, de70años, quien lleva más de ocho sin saber dónde está su hijo.
El día de su desaparición, Arcesio había salido a encargar unos repuestos para la motosierra. Sus amigos dicen que lo dejaron en un caserío, cerca de Istmina (Chocó), donde vivía desde hacía tres años. “Eso fue en mayo de 2005. Al día siguiente, uno de sus amigos fue a buscarlo. Lo que encontró fue un cadáver envuelto en un plástico y tapado con hojas.Intentó descubrirlo para comprobar si era Arcesio, pero el cuerpo estaba resguardado por el Ejército y no lo dejaron ver de nadie. Los habitantes de la zona dijeron que el único que desapareció ese día fue mi hijo”.
Un mes después de la desaparición, los Osorio estaban en el Chocó iniciando el largo camino de tocar las puertas de las instituciones encargadas del problema de la desaparición.
La búsqueda de la familia incluyó, entre otros trámites, la exhumación y el entierro de un cadáver que, durante ocho años,creyeron era el de su hijo. Se confundieron por unas medias tobilleras blancas, pero la ciencia forense confirmó hace poco que no era él.
A través de unas fotografías en poder de la Fiscalía, Ancízar y su familia tienen hoy la certeza de que Arcesio murió aquel 5 de mayo de 2005 y que fue llevado al cementerio de Itsmina. Sin embargo, será difícil aclarar en qué lugar de ese camposanto se encuentran hoy los restos del joven putumayense.
‘Me quede callada por miedo’
Luz Mary viajó a Santa Marta el 18 de febrero pasado a recibir los restos mortales de su hermano Rodolfo. Llegó a esa ciudad con la tristeza de saber que nunca volvería a verlo vivo, pero con la tranquilidad de haber encontrado su cuerpo siete años después de su desaparición.
Se considera afortunada. A diferencia de muchas familias que buscan incansablemente a sus seres queridos, su proceso fue rápido y con pocos inconvenientes: “En 2010 decidí hacer la denuncia. Fui al CTI, a la Personería y a la Fiscalía en Puerto Asís, donde me tomaron la declaración y la prueba de ADN. Todo fue muy rápido. En 2012 me enteré de quelos restos de mi hermano estaban en Santa Marta (Magdalena). La Cruz Roja me colaboró con el transporte y los viáticos para poder ir a traerlos».
Rodolfo y Luz Mary vivían en el área rural del Bajo Putumayo, una zona famosa por las cicatrices que ha dejado el conflicto sobre sus habitantes. En mayo de 2006, a las 5:30 de la tarde, siete personas armadas golpearon la puerta de su casa y separaron para siempre a su familia.
“Ese día llegó una camioneta buscando a mi hermano”, cuenta Luz Mary. “Lo sacaron a la fuerza y le amarraron las manos con los cordones de sus propios zapatos. A mí me golpearon, me insultaron y me amenazaron de muerte. A él también lo golpearon. Mis hijos, que en ese entonces estaban pequeños, comenzaron a llorar. No sabía qué hacer, si seguir tras mi hermano o quedarme con mis hijos».
«Decidí quedarme callada, porque en ese tiempo estaba sola con los niños. Lo hice por miedo, porque la vida de mis hijos estaba en el medio. Por eso tardé tanto en denunciar», añade Luz Mary.
En Colombia entera más de 63,800 personas siguen reportadas oficialmente como desaparecidas. La desaparición es una situación que repercute en la vida de familias enteras creando necesidades urgentes y particulares.
“Hay padres, hermanos, cónyuges, hijos, hombres y mujeres que cada día buscan desesperadamente a sus familiares desaparecidos” concluye Rubén Darío Pinzón del CICR, “para muchas familias, no saber la suerte que han corrido sus seres queridos es la dura realidad”.
*Todos los nombres en este artículo fueron cambiados para proteger la seguridad de las víctimas.
Los retos de las autoridades
En el Putumayo, como en otras regiones alejadas de los centros administrativos, las instituciones del Estado enfrentan retos que van desde la atención psicosocial a familiares hasta la ubicación de restos mortales en cementerios. Esta situación se agrava con el desconocimiento de los mismos funcionarios de las normas y de los procedimientos para la búsqueda y el registro de los desaparecidos.
En Colombia sobresalen dos situaciones que llevan a declarar a las personas como desaparecidas: la desaparición en relación con el conflicto ola violencia armada y la que ocurre por causas burocráticas, desconocimiento u omisión. Esta última se da, por ejemplo, cuando en los cementerios no se registra de manera adecuada dónde quedó el cuerpo de una persona que no pudo ser identificada.
El CICR apoya en su búsqueda a los familiares de las víctimas y trabaja con las instituciones encargadas de darles respuestas. A nivel central y nacional hay voluntad y procesos establecidos para cumplir con el derecho de las personas a conocer el paradero de sus seres queridos, pero la aplicación local continúa siendo un desafío.
Santiago Giraldo Vargas, Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR)Florencia (Caquetá)