«En la guerra todo se vale»

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Agustín Ordoñez G.

Desde nuestro sentimiento de putumayenses y colombianos y nuestro dolor de padres y maestros, tenemos que rechazar y condenar los atroces actos de violencia de los últimos días en nuestro departamento y otras regiones del país, que han convertido a nuestros niños y jóvenes, generalmente estudiantes, en sus principales víctimas.

La sevicia y crueldad con que se cometen estos actos violentos y la irracionalidad de sus autores, ya no hacen ninguna diferencia ni les importa contra quien atentan. Pero aún si las victimas fueran solamente soldados y policías nuestro sentimiento de rechazo es el mismo, porque ellos también son padres, hijos o hermanos de alguna familia en alguna parte o ex alumnos de algún maestro en cualquier rincón de la patria. Ningún colombiano debería morir, ni en las ciudades ni los campos, por mano de otro colombiano.

Pero la violencia no solo se manifiesta con las bombas, las minas y las metrallas, también lo hace en el desplazamiento, el reclutamiento forzoso, la masacre con glifosato de la comida de la gente, la mega minería con sus graves consecuencias ambientales y ecológicas, el saqueo de los recursos de la salud y la educación, la desaparición de muchos dirigentes sindicales, etc.

Igual o más repulsivo es la forma como un personaje y un sector en el país, de manera vil y cobarde, aprovechan esta barbarie para obtener beneficio político y seguir inculcando su pobre teoría en contra del proceso y eventual acuerdo de paz en los diálogos con la guerrilla, con el argumento que la guerra solo se soluciona con más guerra.


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En este país está más que demostrado que la guerra no es el camino para resolver el conflicto armado y que nadie, por más bravucón que sea y por más que vocifere, podrá acabarlo, si no es por el camino del dialogo y la reconciliación. La prueba más reciente es un gobierno que duró ocho años dedicado solo a la guerra y a cumplir su promesa de acabar con la guerrilla, gastándose en ello la mayor parte del presupuesto de la nación, pero no pudo, aunque haya dicho que ya la había acabado.

La experiencia vivida a lo largo de los últimos años nos permite tener la certeza de que la guerra solo sirve para prologar el conflicto, al igual que todos sus desastre, entre los cuales están el malgasto de los recursos para la inversión social y la violación de los derechos humanos.

La actitud de algunos de atacar un proceso de diálogo y reconciliación solo significa una cosa: Miedo a la Paz. Pero ¿por qué a este personaje y su sector no les gusta, les asusta y les preocupa tanto la Paz? La respuesta es muy simple: en un país en Paz El Señor De La Guerra no tendría nada de qué hablar ni nada que hacer, su tesis guerrerista se derrumbaría sola y sus gritos de guerra parecerían los de un loco desquiciado. Pero hay una razón aún más poderosa y peligrosa para su miedo a la Paz: Necesitan la Guerra porque es el marco perfecto para la impunidad y la corrupción.

En tiempos de guerra se puede mover billones de pesos sin que a nadie le importe para qué son y repartirlos entre los áulicos. En medio de la guerra se puede interceptar llamadas, crear falsos positivos, perseguir y asesinar contradictores, meter criminales al gobierno, desocupar tierras y entregárselas a los amigos. Todo sin que nadie los castigue e incluso son aplaudidos, felicitados y admirados, porque “en la guerra todo se vale”, por eso algunos la quieren y la buscan con desesperación.


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Victima del miedo, obnubilado y ensordecido por los gritos de guerra y hastiado de los desmanes y atentados de la guerrilla, el país no puede, en el afán de que esto acabe, olvidarse de las recientes fechorías, crímenes y violaciones de quienes promulgan la guerra y rechazan un proceso y eventual acuerdo de paz y recibirlos otra vez como héroes y salvadores con los brazos abiertos, para que conviertan otra vez a Colombia en campo de batalla y fosa común.

Con responsabilidad social y humana y sobre todo con valentía, tenemos que defender la paz y la posibilidad de conseguirla a través de un proceso de diálogo, que está plagado de toda clase de sinsabores y contradicciones, pero que es la única posibilidad de salir de este conflicto tan largo y doloroso.


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