“El palacio de la esperanza” fue escrito en la ciudad de Buenos Aires en el mes de diciembre de 2010. Trata de describir algunas de las situaciones que suceden en el palacio de un gobernante regional y lo que sucede al interior de cada esperanzado ciudadano que asiste a su despacho en busca de obtener respuesta a sus problemas y necesidades. Cabe aclarar que cualquier parecido con la realidad es simple coincidencia.
Son las 6:30 de la mañana, después de tres días de intensa lluvia en la capital de la región el día promete ser soleado y esperanzador para quienes conservan la posibilidad de lograr, del gobernante territorial, un nombramiento, un contrato o un proyecto que les permita obtener ingresos suficientes para suplir sus necesidades básicas y poder cumplir con sus compromisos económicos pues los acreedores ya no los dejan ni respirar. Su estado es tan desesperante que hasta se han vuelto paranoicos, cualquier toque en la puerta de sus casas los asusta pensando que es el prestamista o sus cobradores, por eso corren a esconderse en lo más oculto de su casa diciéndoles en voz baja a sus hijos, “dígale que no estoy”. Por otro lado, cualquier grupo de uniformados con cascos de trabajo y escaleras los pone muy nerviosos pues posiblemente ya llegan a cortarle el servicio de energía, el teléfono, el internet o el TV cable.
Mientras tanto, como un inmenso monumento al clientelismo regional, con apariencia señorial, dominante e inamovible, emergiendo de la oscuridad de la noche, en una de las esquinas del parque principal se comienza a dibujar el palacio del gobernador de la región, más conocido como “el palacio de la esperanza”, al que fácilmente se lo puede ubicar entre los muros y palmeras del parque que infructuosamente tratan de esconderlo de las ansiosas miradas de sus cotidianos visitantes.
La ciudad capital poco a poco comienza a despertar de su nocturno letargo, está siendo sometida al frenético ruido de los vehículos y a los gritos estridentes de los transeúntes: motos que suben, bajan, se cruzan y entrecruzan siguiendo varias direcciones a diferentes velocidades, carros de servicio público y privado, los unos iniciando su jornada diaria, los otros llevando a sus ocupantes a sus respectivos sitios de trabajo.
En las calles los vendedores ambulantes empujan sus carretas cargadas de verduras y frutas dirigiéndose hacia los diferentes barrios de la ciudad. Los dueños de puestos fijos comienzan a sacar de casas, negocios, garajes o bodegas aledañas sus carros de venta de conos, raspados, confitería, papas fritas y perros calientes para ubicarlos en los sitios de venta acostumbrados. Los empleados de las instituciones públicas, hombres y mujeres de diferentes edades y profesiones, caminan afanosamente para llegar a tiempo a sus puestos de trabajo. Los propietarios de almacenes, tiendas, droguerías y supermercados y otros locales comerciales apenas los están abriendo y en las cafeterías las de dependientes barren y arreglan las mesas acompañadas de alguno que otro trasnochador despistado o un cliente que madrugó a tomarse un tinto.
“El palacio de la esperanza” tiene al frente unas escaleras que llevan a un pasillo exterior desde el cual muchas veces los gobernantes de turno se dirigen a sus seguidores con encendidos discursos promeseros o descripciones aburridas de lo que han hecho en favor de los cada vez más pobres y necesitados ciudadanos. Después de cruzar unas puertas hechas o forjadas en hierro se pasa a un amplio corredor que en forma rectangular rodea un sinnúmero de oficinas del primer piso y un patio interior con arreglos ornamentales moldeados en cemento y granito, también de forma rectangular, en cuyo interior se han sembrado algunas plantas y en otra apenas quedan los burdos vestigios de la intencionalidad de construir una fuente pileta para albergar algunos peces también ornamentales.
Por las dos esquinas interiores que dan hacia el parque existen dos escaleras que conducen al segundo piso del “palacio de la esperanza” en donde se ubican el despacho del gobernante, algunas de las más importantes secretarías y las instalaciones de la corporación regional de la que dicen representa los intereses de sectores vivos de la sociedad.
El segundo piso es considerado por los esperanzados ciudadanos de la región como la antesala a la tierra prometida por los gobernantes de turno durante su campaña electoral, lugar donde fluye leche y miel. El despacho del gobernante está dividido por unos paneles de madera y vidrios que separan el despacho propiamente dicho de la oficina del su secretario privado y el tren de apuestas secretarias que se sitúan alrededor de la pequeña sala de espera apenas separadas por lujosos mostradores de madera.
Cuando esta el gobernante en la ciudad capital la sala de espera siempre está llena de esperanzados ciudadanos, unos bien pobres o como se dice, bien llevados, otros menos pobres y casi llevados y los pudientes que no pueden faltar en las instituciones donde pueden lograr unas buenas ganancias. Dicho de otro modo, la sala de espera del despacho del gobernante se llena del grueso de los votantes y los manzanillos de la región a quienes se conoce más como lagartos.
En la sala y en los pasillos del “palacio de la esperanza” casi la totalidad de los esperanzados ciudadanos hablan bellezas del mandatario de turno y despotrican de sus opositores, señalan, amenazan y hasta anuncian los males que les sobrevendrán a quienes no comparten su manera de pensar y de ser. Hablan en voz alta, especialmente para que los escuchen los áulicos del gobernante.
Pero como el tiempo es inclemente, pasa y pasa, dan las 9, las 10 y las 11 de la mañana y de la tan esperada audiencia…¡nada!. De pronto, la sala de espera se comienza a agitar, algunos lagartos salen corriendo y apresurados bajan las gradas…el gobernante acaba de salir de su despacho por la puerta de atrás y rápidamente se dirige al parqueadero acompañado de sus guardaespaldas y un séquito de hambrientos lagartos que se pelean por alcanzarlo pero les pone muy poca atención pues va ocupado en contestar el celular. Pronto llega al carro y antes de montarse en el, con una sonrisa fingida les dice que los va a atender en horas de la tarde pues tiene una cita urgente con el procurador regional cuando en realidad salía apurado porque su mujer lo había llamado a almorzar.
En pocos segundos el despacho queda vacío, los necesitados y angustiados ciudadanos salen cabizbajos, pensativos, callados, solo unos pocos protestan con airados improperios lanzados contra el gobernante y los miembros de su partido. Contrario a lo que se puede pensar, son los pudientes los que más chillan pues los más pobres se resignan a retomar en la tarde para continuar con la humillante y tediosa espera.
A las 2 de la tarde, detrás del tren de secretarias y demás funcionarios que entran apresuradamente al palacio de la esperanza a trabajar, los esperanzados ciudadanos nuevamente vuelven a la carga sentándose a calentar la silla dispuesta a empollar el favor del gobernante.
El reloj marca las 3, las 4 y las 5 de la tarde y de la tan esperada audiencia…¡nada! Sucede lo de siempre: que el gobernante está en Consejo de Gobierno, que esta comunicándose con el señor presidente de la república, que está reunido con su secretario de hacienda, en fin, un montón de disculpas que en su gran mayoría resultan falsas como falsas son muchas de las promesas que hizo y muchas de las expectativas originadas durante su exitosa campaña, pues basta decir que llegó al poder con una de las más altas votaciones en la historia de su región.
A las 5 de la tarde las secretarias toman sus pertenencia y salen presurosas dejando el despacho del gobernante al cuidado de los guardaespaldas que inmediatamente se apoltronan en los puestos que antes ocupaban las bellas damas y comienzan a contestar el teléfono y en el peor de los casos a comunicarse con sus novias o con sus familiares. Con las secretarias se retiran los menos persistentes esperanzados ciudadanos y se quedan a la espera los de mayor necesidad o aguante.
Dan las 7, las 8, las 9 y las 10 de la noche y de la tan esperada audiencia…¡nada! A esa hora los esperanzados ciudadanos no saben qué hacer pues como se dice popularmente están que casi ladran del hambre. A eso de las 10 y media de la noche un asistente del gobernante irrumpe en la sala de espera para comunicar que el gobernante les envía un saludo y solicita lo disculpen porque lamentablemente en ésta ocasión no los puede atender.
Así pasan los días y de la atención y solución a sus problemas ¡nada! La frustración comienza a apoderarse de cada esperanzado ciudadano que acude al “palacio de la esperanza” produciéndose en su interior sentimientos encontrados. Surgen preguntas y se producen multitud de respuestas.
Los que por el trabajaron incansablemente en el proceso electoral se sienten defraudados, les parece injusto que después de haber hecho tanto esfuerzo ni siquiera se les escuche, no es posible que hayan contribuido a elegir a una persona que después de elegido se haya tornado en desconocido y prepotente.
El arrepentimiento se propaga entre los esperanzados ciudadanos que visitan el “palacio de la esperanza”, no es posible que quien hasta hace poco los visitaba a su casa con sonrisitas, abrazos y palmaditas hoy los trate con indiferencia y que de conocido pase a desconocido, de comprensivo a incomprensivo, de cercano a lejano.
Cómo cambia el poder al gobernante pues ya no es el mismo, no escucha, se torna resbaladizo, huidizo y pasa los días encuevado en su despacho. Hasta su manera de hablar y de actuar ha cambiado, es más señorial y sus ademanes parecen cada día más a la de los de la rancia nobleza de la Edad Media o a la de los dictadores contemporáneos. Pese a todo, el gobernante significa la “esperanza” para un pueblo y entre el a los esperanzados ciudadanos que terminan, después de varios días de injusta, tediosa y humillante espera, perdiendo la esperanza en el “palacio de la esperanza”.