El carro fantasma que en noviembre devolvía el Dinero Rápido Fácil y Efectivo de los inversionistas de Mocoa. Final

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Jaime Erazo

La tercera y última entrega trata la angustia colectiva por encontrar al carro fantasma que devolvía los dineros del DRFE (Dinero Rápido Fácil y Efectivo). Narra los ires y venires de los impacientes inversionistas, sus comentarios alentadores y desalentadores sobre la aparición y desaparición de carro fantasma, los riesgos que corrían y finalmente la dolorosa frustración acompañada del llanto que cumple con la función del duelo para terminar con la comprensión y aceptación de la pérdida de sus ahorros. Que ésta situación nos quede de lección para que jamás vuelva a suceder.

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A medida que subían hacia la vereda del Líbano se encontraban con un desfile interminable de carros y motos de “tumbados” que buscaban llegar pronto al lugar donde se encontraba el carro negro para recobrar su plata o parte de ella. Al ver esto doña Amelia desesperada aceleraba su moto dejando a su paso una estela de humo blanco con olor a gasolina y haciendo traquear quejumbrosamente las entrañas de su al tope de la resistencia.

Por fin llegaron al puente que queda más arriba del acueducto del Mulato. La moto estaba recalentada, tan recalentada que emitía unos ruidos como cuando al aceite caliente le caen unas gotas de agua. Se miraron y miraron a los demás que también se estaban mirando desconcertados como preguntándose ¿Y del carro de la plata qué?…¡Nada! ¿Qué pasó? Hicieron conjeturas, escucharon a otros afirmando que era verdad y vieron a otros que ya estaban dudosos hasta que a uno de los que estaba allí le entro una llamada diciendo que estaban en Rumiyaco y comenzaron a bajar desesperados en procura de encontrar al carro fantasma. Cuando llegaron a Rumiyaco vieron que la gente ya estaba saliendo atropelladamente para el barrio La Reserva.


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Así se la pasaron todo el día, sin comer, quemadas del sol, pidiendo prestado para echarle gasolina a la moto, arrimándose a cualquier vecino para que les gaste una gaseosa o una bolsa de agua. Mientras tanto, en sus casas, sus esposos y sus hijos estaban pasando las verdes y las maduras, por falta de la abnegada cocinera del hogar se les quemó el arroz, la carne les quedó cruda, la loza se amontonó en el lavaplatos atrayendo gran cantidad de moscas, en fin…fue el acabose.

Eran las seis de la tarde y las pobres inversionistas seguían en el intento de recuperar algo. Para ese entonces, ya muchos se habían dado cuenta de que era una estrategia de contra información con el propósito de quitarle tensión al paro centrando la atención de la gente en la recuperación de la plata a través de la búsqueda del carro fantasma y de los señores de negro que la estaban devolviendo.

La última información que recibieron fue que estaban en la punta del camino que conduce de Mocoa a la vereda de Campucana, inmediatamente casi que el pueblo entero se movilizó hasta ese lugar. Daba gusto ver las luces de los carros y las motos movilizándose por la trocha que va hasta esa vereda, parecía un adelanto del día de las velitas o de la iluminación navideña y no eran solo las chancletudas o chancletudos los que iban en pos de la plata, también eran los encopetados y encopetadas que subían haciéndose los pendejos, con carita de “yo no soy”…Todos, absolutamente todos en sus ojos dejaban notar el símbolo de pesos. Ni más ni menos, se parecían al tío rico de las tiras cómicas.

Pasaron las horas y de la plata ¡nada! A las diez de la noche, para garantizar el orden y la seguridad, las autoridades decretaron el toque de queda a partir de esa hora, la gente no sabía qué hacer. Fue cuando unos pocos se arriesgaron a bajar a la ciudad tan presurosos como subieron, otros decidieron amanecer hacinados en la escuela de San Antonio y en los andenes frente a las casas situadas a la vereda del camino.


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Doña Clara y doña Amelia hicieron parte del grupo que se arriesgo, el hambre y un poco de cargo de conciencia les hizo tomar esa decisión. Afortunadamente llegaron a sus casas con las esperanzas rotas y supremamente cansadas.

Al llegar a su casa doña Clara lloró inconsolablemente, maldijo hasta donde no más a los que se habían robado su plata, lamento su mala suerte, juró y perjuró que nunca más volvería a confiar en esas empresas que aparecen ofreciendo ganancias exorbitantes.

Por su parte, don Remigio y sus hijas se dedicaron a consolarla y la invitaron a comer. Le dijeron que al perder la plata nada había perdido, que lo más importante es que la conservaban a su lado con vida y salud para trabajar. Le hicieron ver que para ellos, ella era una bendición y le ratificaron su amor, su confianza y su agradecimiento por todas las cosas bellas que había hecho y pensaba hacer por ellos.

Le sirvieron un buen plato de sancocho con carne de bola que en la tarde les ayudó a preparar una buena y considerada vecina y comenzaron a reírse sobre las anécdotas y las angustias que tuvieron que pasar por la pesada broma colectiva de la que habían sido víctimas. Al terminar, elevaron una oración de agradecimiento a Dios por conservarles lo más importante que es la vida, se abrazaron y se fueron a dormir en paz.

Esa noche, por primera vez doña Clara soñó que los ángeles bajaban del cielo cantando gozosos uno de los villancicos predilectos de su infancia: “tuqui tuquituqui, tuqui tuquita/apúrate mi burrito que ya vamos a llegar”…y en medio del sueño miró que el mismísimo Niño Jesús le decía:

─ ¡Clara! Te esperaba un futuro duro pero feliz.

 


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