Hace 20 años me salve de perecer en la tragedia de Murallas

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Jaime Erazo Buenos Aíres. Argentina

“La muerte es cuestión de tiempo, unos se van adelante, otros atrás, pero todos, absolutamente todos, tarde o temprano tendremos que morir”

Jotae, 22-07-11

Por lo que sucedió entre los días 18 y 19 de julio de 1991 en la carretera que actualmente comunica a la ciudad de Mocoa con la ciudad de Pasto, en el escabroso sitio conocido como “Murallas”, puedo decir que soy uno de los pocos sobrevivientes de esa terrible y lamentable tragedia que enlutó al Putumayo.

Con mis dos hijos mayores, Nadiezka y Raúl Armando, en horas de la tarde del día jueves 18 de julio, en el carro de la Alcaldía Municipal de Mocoa cuyo conductor era el señor Rodrigo Melo, viajábamos desde Pasto a Mocoa, a donde me había trasladado en mi calidad de Secretario General de la Alcaldía para realizar algunas gestiones de carácter institucional encomendadas por el Alcalde Municipal de aquel entonces, Ingeniero Jairo González Gudiño.


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La primera alerta

Al sitio de la tragedia llegamos a eso de las 8:00 de la noche. En el trayecto nos encontramos con uno de los carros de la Corporación Autónoma Regional del Putumayo (CAP), que transportaba a su Asesora Jurídica, la doctora Claudia Bonilla, quien nos comentó que había un derrumbe cerca al puente de Murallas y que por su magnitud e imposibilidad de que se dé vía en esa misma noche decidió regresar a pernoctar a la ciudad de Sibundoy. Pese a la información, con la esperanza de pasar de alguna manera decidí seguir adelante

Arribando al sitio de la tragedia

Recuerdo que a unos 50 metros del derrumbe había una vetusta casa construida por camineros para atender principalmente sus necesidades básicas de alimentación y estadía durante el desarrollo de sus labores y secundariamente, para vender comida y algunos comestibles. Había dejado de llover pero lloviznaba intensamente, la neblina era densa, pesada. Se podría afirmar que en el medio existía un silencio cómplice de la naturaleza perturbado por el rumor que producían las aguas de la quebrada de Murallas al chocar con las piedras y las rocas en su loca carrera hacia la llanura amazónica


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Segunda alerta

Al llegar al lugar del deslizamiento, con el conductor nos bajamos del carro y traté de pasar al otro lado del derrumbe pisando sobre el inclinado material depositado sobre la banca de la carretera compuesto de filosas piedras que parecían arrancadas de las rocas de la montaña por una inmensa e incontenible fuerza trituradora. Cuando había dado el primer paso, la sorpresa fue grande, la masa de rocas, de un momento para otro comenzó a moverse hacia el abismo empujadas por el peso de la masa que se acumulaba en la parte alta del deslizamiento. Como me empecé a hundir y ser arrastrado hacia el filo del barranco, el conductor rápidamente me dio la mano y pude salir de la difícil situación con pequeñas magulladuras en mi pie derecho. Ante este hecho decidí volver hasta la casa que estaba cerca en donde ya se encontraban algunos conductores de camiones que habían acabado de llegar y estaban tomando café y agua panela caliente con queso

Pasando la noche

Entre tinto, charla y algunos tragos de aguardiente para el frío se pasaron las horas de tal manera que ya no se justificaba volver a Sibundoy ya que pronto amanecería. Decidí que debíamos quedarnos. Acomodamos en las bancas traseras a mis hijos para que pudieran dormir y con el conductor amanecimos en la parte delantera confiados en que a primeras horas de la mañana, cuando llegara la máquina y destapara el derrumbe pudiéramos ser los primeros en pasar para llegar pronto a Mocoa

La llegada de la retroexcavadora

La máquina esperada, una retro excavadora que llegó a eso de las 9:00 de la mañana había comenzado a trabajar removiendo el material depositado en la banca para dar paso pero su trabajo era infructuoso ya que el espacio dejado continuamente se volvía a copar con el material que se deslizaba desde la parte de arriba

Tercera alerta

Pero los hechos no se dieron tal como pensábamos. A eso de las 10:00 de la mañana bajamos a pie desde el rancho al sitio del derrumbe a observar cómo iban los trabajos de despeje de la vía y como vimos que había posibilidad de que pronto se podría abrir, volvimos al carro para moverlo y ubicarlo en una buena posición para salir apenas se lograra. Así fue, el carro se situó debajo de una corriente de agua que al caer formaba una pequeña cascada de unos 10 o 15 metros de alto. El agua venía desde el mismo lado por donde se originaba el deslizamiento sobre la vía, de pronto, un estruendo y la gritería de los pasajeros que vieron la situación nos dejó paralizados, desde la parte de arriba de la cascada cayó una roca que pegó sobre el capó del campero Willys de la Alcaldía causándole una hendidura considerable. El material que salió expulsado con fuerza fue producto de la liberación de la presión acumulada del agua que se estaba represando en la parte alta, hacían parte de las señales de la montaña anunciando la tragedia. Superada la situación, se volvió al aparente estado de normalidad a la espera de continuar el viaje

Tiempo para el encuentro y la camaradería

Como es costumbre en éstos casos, algunos pasajeros se agolpaban a lado y lado del derrumbe para presenciar el trabajo, otros conformaban pequeños grupos para conversar sobre su angustiosa situación y consecuencias afectivas, económicas y sociales. Era el momento para hablar sobre la vía, sus dificultades, su historia y sus leyendas. Otros pasajeros se dedicaban a descansar en el interior de sus vehículos, muchos de ellos, sin saber que se aproximaba la hora de partir para siempre, no hallaban el momento de partir. Se veía como subían y bajaban de los vehículos en busca de algún alimento para sí y para sus hijos o simplemente para fumar un cigarrillo sin perturbar a otros pasajeros, unos se acercaban al rancho construido junto a las breñas de la montaña en un espacio dejado para el cambio, otros llamaban a los vendedores ambulantes que aparecieron con canastas llenas de papa frita, chicharrones, galletas, chitos y otras confituras, además de gaseosas y bebidas calientes. Para los vendedores ambulantes los derrumbes y los accidentes son la oportunidad para hacer su agosto porque rápidamente vendían lo que tenían a unos sobreprecios que no tienen comparación. Saludos, risas, reflexiones, cuentos, anécdotas, en fin, fueron momentos que nos permitieron conocernos y reconocernos sin ninguna diferencia.

La vía se destapa

A eso de las dos y media de la tarde, aunque continuaba bajando agua con lodo y algún material insignificante, la retroexcavadora por fin logró destapar la vía pues había cesado el deslizamiento desde la parte alta de la montaña. El momento fue inmediatamente aprovechado por el conductor del carro de la Alcaldía que logró pasar el derrumbe acelerando el carro para coger la curva que permite el acceso al puente de la quebrada Murallas lo cruzamos y comenzamos a subir rápidamente por la carretera rumbo a Mocoa dejando atrás los vehículos y pasajeros que estaban parqueados al lado y lado de la vía esperando se resolviera pronto la situación. En uno de esos lugares estaba Antonio Lucero Álava, mi excompañero de bachillerato, quien me saludó alzando su mano derecha como dándome su último adiós. Más adelante, cerca a la mina de mármol nos encontramos con una ambulancia del Hospital de Puerto Asís que venía a toda la velocidad que la maltrecha carretera le permitía en procura de llegar a Pasto. Poco después supe que en su afán de llegar pronto con su misión, se ubicó en el área de influencia del alud…¡¿Quién iba a pensar que su angustiosa carrera finalizaría con la fatalidad?!…

Arribando a Mocoa

A eso de las cuatro y media de la tarde llegamos a Mocoa. Al entrar al Parque General Santander nos interceptó un grupo de personas para preguntarnos angustiados sobre lo que había pasado en Murallas. Recuerdo que estaban agolpadas en la esquina suroccidental buscando afanosamente respuestas que disiparan o confirmaran sus presentimientos pues no sé como ya se habían enterado de que algo grave había sucedido en la vía. Así que a sus interrogantes, nosotros solo respondimos con lo que habíamos visto hasta el momento de nuestra partida y como ellos, también entramos a hacer parte del numeroso grupo de putumayenses que clamaba por respuestas.

La magnitud del desastre

El alud de lodo, arenisca, piedra y material vegetal que se desprendió desde una altura de más de 150 metros se calcula que tenía unos 50.000 metros cúbicos. La presión del represamiento del agua en la parte alta de la montaña, la sobresaturación del terreno, el volumen, el peso y la velocidad de la gran masa que se desprendió fue la razón para que en pocos segundos cubriera y arrastrara hacia la cañada a los vehículos que estaban esperando en dirección a Mocoa, copara la cuenca de una profundidad superior a los 5 metros, cubriera los carros que estaban situados al otro lado de la vía con dirección a Pasto y los elevara a más de 20 metros de altura recostándolos sobre la ladera para luego depositarlos estrepitosamente a su regreso en la banca o en el fondo de la vertiente de la quebrada

Se dice que el estruendo fue aterrador, infernal, desgarrador. Era uno de los tantos gritos de dolor que profiere de la montaña cuando las fuerzas de la naturaleza desgarran sus entrañas. El cielo se oscureció y las aves volaron despavoridas en diferentes direcciones. Poco después, los gritos y los ayes de dolor y desesperación de los que lograron sobrevivir a la tragedia irrumpieron en el sombrío lugar de tragedia.

La visita del Alcalde de Mocoa al lugar de la tragedia

El 20 de julio subimos con el Ingeniero Jairo González Gudiño para evaluar la situación e intervenir en apoyo de los cuerpos de socorro de Mocoa y San Francisco (Bomberos Voluntarios, Cruz Roja y Defensa Civil) que desde el mismo día de la tragedia en horas de la tarde comenzaron la febril, difícil y penosa tarea de rescatar a decenas de víctimas.

Cuando llegamos al sitio, personalmente no podía creer como lo que hacía dos días parecía un sencillo deslizamiento acompañado de una pequeña corriente de agua, de un momento para otro se hubiera convertido en un monstruo devorador ensañado en tantos seres humanos.

El espectáculo era dantesco, desolador recorrido por valientes voluntarios de los cuerpos de socorro que eran constantemente acosados por los familiares de las víctimas que comenzaban a llegar desde diferentes sitios del departamento y del país en busca de sus seres queridos irrumpiendo en llanto y gritos de dolor y desconsuelo. También observamos como miembros de una familia de camineros de la zona, especialista en rescate de vehículos accidentados en el “trampolín de la muerte”, ya habían construido una tarabita de más de 150 metros en la que estaban trasladando, hacia el lado que conduce a San Francisco, el cadáver de una de las víctimas que hacía poco acababa de ser rescatada.

La cara del terror

Con el señor alcalde bajamos hasta cerca al puente desde donde un tractor comenzaba a arrastrar, hacia la amplia curva donde estaba situado uno de los pilares de la tarabita, la cabina de un camión en la que había quedado aprisionado su conductor en posición inclinada sobre el volante al que todavía asía con sus dos manos, al lado derecho se encontraba el ayudante recostado sobre el asiento. Al observarlos de cerca, fue impactante ver en sus rostros la petrificada cara del terror

¡Increíble!

¡Increíble! Es increíble que un doble troque haya sido aplastado de tal manera que las llantas del lado derecho quedaron juntas con las del lado izquierdo. ¡Increíble! Es increíble que un carro de más de 40 toneladas haya sido elevado a más de 20 metros de altura. La fuerza liberada fue descomunal. La presión fue de tal dimensión que los cadáveres una vez liberados de los retorcidos hierros y latas que los aprisionaban quedaron totalmente sueltos en razón con su estructura ósea totalmente triturada. Con una cámara de rollo tome varias fotografías que poco después presté a un reportero gráfico de un medio de comunicación nacional sin que hasta la fecha me hayan sido devueltas.

Gracias Dios mío por concederme unos años más de vida

Concluida la visita, con el alma y el corazón entristecido, a eso de las cuatro de la tarde, emprendimos el regreso a la ciudad de Mocoa. Mientras el carro devoraba distancias con mi voz interior no cesaba de dar gracias a Dios por haberme salvado, junto con mis dos hijos, de haber perecido en la tragedia de Murallas

A manera de epílogo

Pasaron los años y con ellos la espesa neblina del tiempo comenzó a cubrir con su borrosa manta los recuerdos de la terrible tragedia de Murallas condenando a sus víctimas al execrable olvido de una sociedad que sufre de amnesia histórica. Tuvieron que pasar largos años para que un gobernante como Julio Byron Viveros Chávez tomara la decisión de honrar su memoria visitando el lugar del holocausto acompañado de transportadores, familiares, amigos y amigas de los desaparecidos. El hacerlo tenía doble significancia para los putumayenses: primero, recordar la tragedia, y segundo, hacer visible la protesta y el clamor de un pueblo que no quiere que el dolor individual, familiar y colectivo se vuelva a repetir.

Para terminar, la pregunta que me hago y se hacen la mayoría de los putumayenses es consecuente y previsible: ¿Será que el sacrificio humano de tanto putumayense y colombiano a lo largo de tantos años no basta para justificar la construcción de la variante Mocoa-San Francisco? Quiera Dios que quienes se escudan en intereses pretendidamente altruistas algún día no tengan que lamentar la irreparable pérdida de uno de sus seres más queridos.

A la memoria de Antonio Lucero Álava (q. d. e. p.)

La vida de Antonio Lucero Álava transcurrió en un espacio y un periodo de tiempo determinado: Mocoa, Departamento del Putumayo, 1952–1991. Antonio no fue uno más del montón, por eso se atrevió a romper esquemas y a trazar caminos forjando idearios de futuro. Sus conocimientos y motivaciones aún perduran en quienes tuvimos la oportunidad de compartir largos años de su existencia y en quienes fueron sus alumnos a través de quienes considero participa activamente en la construcción de la ciudad, el departamento, la región y el país que una vez soñó. Honor a su memoria y paz en su tumba.

Jaime Erazo
Buenos Aires, 22 de julio de 2011


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