Don Miguelito Cardona es un paisa buena gente de Santuario (Antioquia), la misma tierra de Manuel Antonio Ceballos, Hernán Rios González y Pedro Sánchez.
Llegó a aventurar al Putumayo hace muchos años y aquí se quedó. Realiza labores en Puerto Asís todos los días al igual que mucha gente. Madruga a atender su negocito “Chucherías” en la plaza de mercado. Inicialmente no se le pasó por la cabeza que tanto tiempo de su vida iba a transcurrir en este puerto. Hoy cuenta con 83 años y perdió toda comunicación con su familia; asumió que no tiene familiares en este mundo.
Ya lo decía anteriormente: nada lo diferencia del resto de nuestra gente. Trabajador, honesto, colaborador, solidario… en dos palabras: buena gente.
Hace unos años se enfermó de gravedad y se puso a pensar en serio y en paisa:
– Si un día de estos me muero, no tengo ningún familiar en esta vida. Soy solo en este mundo y es muy berraco que tengan que recolectar limosna para que me puedan hacer un entierro decente. No sería digno que yo haya trabajado toda una vida y digan que no tengo dónde caer muerto. No, eso no!!.
Tomó la firme decisión de visitar a Doña Cruz, la señora que más sabe de ataúdes y preparación de difuntos en este pueblo. Negoció con ella y como buen paisa sabe que una cosa es negociar un ataúd con el apremio de los dolientes del difunto encima, y otra muy diferente comprarlo por adelantado: sin afanes, con anticipación y sin fecha definida para su uso, sale a buen precio. Esto empezó a diferenciarlo del resto de nuestros coterráneos.
Doña Rosita, además de ser una de sus mejores clientas, era de sus mejores amigas. A diario lo visitaba y conversaba con este paisa agradable. Solamente que un día cualquiera se dio cuenta –cuando le compró cualquier chuchería- que el estante de donde Don Miguelito sacaba el artículo no era cualquier estante. Era del mismísimo ataúd que le había comprado a Doña Cruz para su propio funeral.
El paisa le estaba dando una utilidad comercial práctica a su propia caja funeraria, por cierto de buen cedro amazónico, y en ella guardaba gran parte de sus mercaderías que día a día la impregnaban de aroma a incienso, cebo, medicinas naturales y otras hierbas.
Doña Rosita, su amiga, no volvió por un buen tiempo. Una vez pasado el susto volvió, y el, de la manera más natural le explicó que eso no era más que una caja de madera de cuatro tablas de cedro y dos tapas. Mientras nadie la habitara sólo era eso: seis tablas. Doña Rosita, con prevenciones y todo, terminó aceptando no solo las razones de su amigo sino que el tema sirvió para realizar un pacto de amigos.
El trato: si Don Miguelito se moría primero, ella asistiría a su funeral y lo acompañaría toda la noche. De igual manera lo haría el. Y no solamente eso: don Miguelito le regalaría el cajón, el mismo que sirvió de estante y de tema del pacto si era ella la primera llamada a rendir cuentas.
Pasaron aproximadamente ocho meses, la parca tocó a la puerta de doña Rosita y a la de don Miguelito un hijo de la difunta. Fue el encargado de comunicarle la infausta noticia. Su madre había fallecido y lo invitaba a las exequias. Don Miguel, hombre de palabra, desocupó como pudo la caja funeraria y cumplió con el acuerdo.
Pasado el duelo, con dificultades, trató de negociar una nueva caja con doña Cruz, la que más conoce de funerales en nuestro pueblo, y quise saber qué había sucedido. Esta semana dí una vuelta por la plaza de mercado en compañía de mi hijo. Alli estaba don Miguelito Cardona en “Chucherías” pero no había cajón por ningún lado: dice el que doña Cruz no le volvió a comer cuento y además le reclamó por el anterior ataúd que se lo sacó muy barato y ahora ella le dijo que mas bien espera con paciencia que él se enferme de gravedad, algún generoso se apiade del cuerpo del difunto y poder así “venderle bien” a ese mecenas el cajón que le servirá de vehículo en su último viaje al buen Don Miguel.
Agradezco al Profesor Gabriel Coral por compartirme esta historia. A él se la escuché y eso permitió escribirla y compartirla con la revista “Lengua y Cultura” de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín), el Centro Literario “El Butacón” de la Universidad Popular de Pinneberg (Alemania) , y ahora con ustedes.
Guido Revelo Calderón Puerto Asís, Putumayo