La siguiente anécdota da fe de eso que algunos llaman la “malicia indígena” que caracteriza a ciertos putumayenses. Aunque no recuerdo exactamente quien la refirió, si puedo anotar lo sustancial del hecho.
En cierta ocasión un grupo de tres putumayenses por primera vez arribaban a la ciudad de Bogotá; uno de ellos ataviado con un traje típico de una nuestras comunidades indígenas. Pues bien nuestros paisanos ante el desconocimiento de la ciudad y la imposibilidad de tomar un transporte público económico, decidieron por prudencia tomar un taxi que los condujera hacia su destino.
Por el hecho de ser foráneos, tal vez no sabían que el costo de este servicio en la capital es de por sí elevado; pues bien, una vez llegaron a la dirección indicada el taxista, quizá al verlos y analizarlos forasteros pensó que podría sacar mayor provecho de esa situación y les cobró una suma exagerada por el servicio.
Al momento se armó en el interior del vehiculo una discusión sobre el asunto del precio, sobre todo, por parte de nuestros dos paisanos que iban vestidos de “civil”; mientras esto sucedía, el “indígena” había empezado a sacar de su mochila ramas, riegos y menjurjes, y había empezado un extraño ceremonial a la vez que entonaba cánticos en su lengua nativa.
Extrañado y confuso el taxista le había preguntado por lo que estaba haciendo y el indígena a la vez que sacaba la plata para pagar la cuenta le respondió: “como usted nos esta cobrando un precio más de la cuenta, yo le voy a dejar maldiciendo y salando el carro”, y; ante esto el taxista más asustado que furioso, le había rogado que le desbaratara el “hechizo” y que cambio NO les cobraría nada.
Pues bien, el indígena, ante la mirada atónita del taxista, ni tardo ni perezoso había empezado otra vez el rito para “exorcizar” el vehiculo. Una vez terminada la ceremonia, el conductor sin querer recibir nada, se fue de allí tan rápido como pudo, mientras los otros se desternillaban de la risa.
John Montilla: Texto y Fotografías (Desfile de colonias, Mocoa 2009)
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