John Montilla – 01/28/10
Un viaje imaginario siguiendo el recorrido de un kilo de arroz nos demuestra que la miseria no queda tan lejos.
El eco de la tragedia en Haití, inevitablemente tenía que llegar hasta nuestro distante pueblo, por eso a casi nadie se le hizo extraño ver pasar un vehículo con insignias de la Cruz Roja con sus respectivos voluntarios recogiendo ayuda humanitaria para las victimas del desastre natural.
“No hay comida, hay hambre, hay sed, cientos de muertos y desaparecidos, hay miseria, es uno de los pueblos mas pobres”, era el monótono, hasta el punto de llegar a ser fastidioso, el mensaje que se escuchaba por los altavoces recordándonos lo que a cientos de kilómetros se vivía.
“Y es que la muerte de decenas de niños por hambre, hizo volver los ojos del país sobre una región condenada al olvido; sus habitantes son negados, oprimidos y explotados por gobernantes criollos y foráneos. Donde el gobierno quiere ocultar la realidad histórica de la marginación y destaca la corrupción como causa del desastre social que siempre ha padecido este pueblo”*
Por eso, no me sorprendió el gesto de una humilde señora discapacitada, quien arrastrándose hasta la puerta de su casa, se percató del asunto y le ordenó a una de sus hijas que les pasara el único kilo de arroz que estaba sobre una destartalada mesa, y que con esfuerzo habían conseguido para la familia. La niña con un gesto en la cara entre la sorpresa y el orgullo de aportar, resignadamente, pero con firmeza cumplió con el pedido de su madre.
La jovencita asomándose hasta el borde del vehículo vio como el valioso kilo de arroz fue introducido en una bolsa, donde habían otros alimentos que a ellos también les hacían falta, y que ordenadamente fueron apilados.
Uno de los curiosos que se habían congregado alrededor del carro, comento en voz alta: “y pensar que en este país a veces la comida de los niños se la dan a los cerdos”, otro agregó: “vi en la televisión un joven que dijo que no había comido nada y que únicamente había tomado agua con sal”. Otro vecino del lugar con un vieja guitarra en la mano sentencio la conversación de esta manera:” yo he escuchado que allá cuando un niño nace se llora, y que cuando alguien muere se canta” y a la caída de la tarde procedió a arrancarle unas melancólicas notas a su guitarra y a entonar un “negro” poema:
Qué trite que etá la noche,
La noche qué trite etá;
No hay en er cielo una etrella
Remá, remá.
…
Qué ejcura que etá la noche,
La noche qué ejcura etá;
Asina ejcura é la ausencia
Bogá, bogá! **
Después de recorrer por un rato el humilde sector, los voluntarios procedieron a marcharse con el poco pero significativo producto de su campaña en pro de la humanidad desventurada. Luego, ya en la sede en forma metódica fueron empacando las diversas ayudas que habían recogido en toda la ciudad, incluyendo claro está el preciado kilo de arroz, que quizá algún hambriento estomago estaría añorando.
Una vez se tuvieron listas y correctamente empacadas todas las provisiones que se recolectaron en el departamento, se procedieron a enviar vía terrestre hasta la capital de la república; una vez allí los delegados locales se percataron que la solidaridad del pueblo colombiano una vez más se había puesto a prueba con una positiva respuesta. El resultado de ello es que no había forma de despachar rápidamente todas esas ayudas; ya que el transporte aéreo dispuesto para ello no daba abasto para llevarlas a donde se necesitaban con urgencia.
Entonces, se decidió enviar parte de ella vía Medellín, (perdido entre el montón iba el valioso kilo de arroz) y efectivamente así se hizo. Una vez allí a alguien muy eficiente se le ocurrió la idea de usar unos aviones de carga que el espíritu solidario había logrado poner al servicio de la causa. Con lo cual se le dio agilidad a la operación humanitaria de hacer llegar esas urgidas ayudas a los necesitados.
Ya en su destino, y después de superar muchos avatares del viaje, el kilo de arroz que había sido juntado a otros productos para formar una humilde pero frugal remesa, fue entregado a unas negras manos que agradecidas los recibieron y luego fue cocinado con el regocijo de la esperanza de saber que en su desdicha no estaban solos en el mundo, y una tibia noche al son de los milenarios tambores africanos sirvió para alimentar por una vez a una familia del… Chocó en Colombia.
John Montilla: Cuento
jmontideas@hotmail.com
Fotografías: Tomadas de Internet. (A excepción de la primera, el resto de imágenes corresponden al departamento de Chocó- Colombia)
Adenda:
(*). Texto referente al departamento del Chocó un tanto parafraseado.
(**). Fragmento de un poema, autor Candelario Obeso.