El Thê Wala y la hoja de coca

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De la laguna del páramo emergió el hijo del Trueno y las estrellas. El que fue amamantado con la sangre de las doncellas y, en nombre del pueblo Nasa, enfrentó las sucesivas invasiones: la de los Pijao, los Guambianos y los españoles. Tras las batallas y la delimitación del territorio de su pueblo, el hijo del Trueno desapareció disolviéndose, una vez más, en las aguas de la laguna mientras su poderosa voz resonaba: –yo no muero jamás, yo no muero jamás.

Antes de partir Juan Tama, el hijo del Trueno, le entregó todo su conocimiento a los mayores y los instruyó para traspasar esa sabiduría al linaje del pueblo Nasa. De eso, hace mucho tiempo ya. Desde entonces, el sonido del Trueno se ha oído retumbando en la cordillera y entre los frailejones que cuidan el páramo como enormes soldados. Un día, el Trueno vino a dar a la Amazonía en el margen del caudaloso río Putumayo, muy al sur de aquella laguna sagrada que parió a la leyenda. El Trueno resuena con fuerza y aún cuando lo escuchan todos en la comunidad, lo que su voz dice sólo lo entiende Misael, el Thê´ Wala, palabra en nasayuwe que traduce al español algo así como: Gran Hombre.

Al sueño lúcido y revelador del Thê´ Wala acudió por primera vez, hace mucho tiempo, el Trueno, eso fue cuando él era sólo un niño y vivía aún en el Cauca antes de que su mamá y hermanos, como tantos otros, tomaran rumbo al sur, para descubrir la selva del Putumayo. Aquella vez, el Trueno venía disfrazado de anciano, se acercó desde detrás del rancho, caminando pesadamente y llevando su jigra* llenita de hojas de coca. Misael había sido elegido. Allí empezó el camino que lo condujo a ir tras el poder y la sabiduría del padre Trueno. Aprendió a conocer las plantas, a leerlas, a ver la armonía o su ausencia en los cuerpos de las personas y en el otro cuerpo, ese que conforman las sociedades de los hombres y las mujeres sobre la tierra. Aprendió la manera correcta de ejecutar los rituales: los de refrescamiento, ofrecimiento, limpieza, los que sirven para apaciguar el volcán y traer la lluvia, los que guardan la historia y el poder de la cultura.
Jigra: mochila tradicional del pueblo Nasa construida con cabuya tejida

 

 

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Ya ha caído la noche en el cabildo y frente al fuego que trepida en la maloca, el Thê´ Wala masca las hojas de Esh, como le llaman en lengua nasayuwe a la hoja de coca, la hoja sagrada que desde hace milenios acompaña a los pueblos de Los Andes y la Amazonía.

Cuando todos los que deben estar, están ya reunidos, empieza el ritual. Antes de llevarse un nuevo puñado de hojas tostadas a la boca, el Thê´ Wala las “voltea”, lo que quiere decir que con las hojas en su mano hace un giro alrededor de su propio cuerpo empezando por el pie derecho, luego asciende hasta su hombro, pasa por la coronilla y baja por el costado izquierdo hasta dar con el pie de ese lado, entonces sí pone las hojas en su boca, da unas mascadas y va acumulándolas en el interior de su mejilla que se ve como si tuviera una bola de golf adentro. Ahora sus manos, de movimientos decididos, giran su poporo * sobre la hendidura que se forma entre la base de su dedo pulgar e índice; cae el mambe, la cal de piedra que irá directamente a la bola de coca. Él Thê´ Wala da mascadas lentas y acompasadas. Mientras se mueve entre los asistentes, va extendiendo frente a ellos la coca para que cada uno repita sus movimientos: reciben las hojas en la mano izquierda y las “voltean” haciendo que viajen desde el lado derecho al izquierdo de sus propios cuerpos, antes de ponerla en la boca.

Todo está sumido en el silencio, así debe ser –dice alguien– para poder percibir las señas. Dentro de las bocas el mambe se derrama sobre las hojas, el mazacote se torna ligeramente dulce y hay quien siente una herida en la cara interior de la comisura de los labios. Como destellos alcanzan a verse los rasgos fragmentados de los asistentes; los cuerpos se intuyen cuando un haz de luz de las farolas lejanas rebota sobre una nariz roma, la línea curva de un hombro, o una mano cargada de coca como suspendida en el aire.

* Poporo: recipiente construido con el fruto del totumo seco. En su interior se conserva la cal de piedra que se usa para mezclar con la coca en su masticación.
Antes de ser Thê´ Wala, Misael recorría con su abuelo los parajes del Cauca, andaban las propiedades que el viejo tenía en la falda de la montaña, en la zona caliente y también, bien arriba donde la cordillera rasca las nubes y el frío es rey. Ahora, siendo casi un anciano pero vibrante y fibroso, se recuerda a sí mismo en aquellos días, menudo y callado; un niño diminuto sentado frente al fuego. En su recuerdo él agita sin descanso un objeto de cabuya tejida –olvidó ya su nombre– con el que venteaba el fuego para azuzarlo; sobre las tullpas, esas piedras redondas, estaba siempre el tiesto de barro donde el abuelo cocinaba todos los alimentos; sin sal, porque la sal era mala para el cuerpo, además difícil de conseguir. Cuando el abuelo murió, su hija menor recordó una norma tradicional que rezaba que, tras la muerte, las propiedades pertenecen únicamente al hijo menor, los demás no tienen derecho alguno sobre los bienes. Así fue como se quedaron sin nada, sin tierra caliente, ni tierra fría. La mamá del pequeño Misael, junto a sus cinco hijos echaron a andar rumbo al sur, a aquellas tierras donde su pueblo, siglos atrás, vivió y recorrió sin más fronteras que las que otras tribus imponían.
–Aquí ya había Nasas, entonces nos trajeron acá y cuando llegamos vimos que era muy diferente, no era lo que allá había. Acá había una tierra como más mejor y la comida crecía más rápido. Esta tierra es para vivir como perezoso, porque si yo no quiero sembrar la yuca, la tiro ahí, la yuca prende y carga; si miro un hueco, tiro una mata de plátano ahí y prende y echa racimo. Nosotros vinimos fue por eso y atrás de nosotros vino más gente, más Nasa y después campesinos. Esto era selva, ¡pura selva!

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En la penumbra, los asistentes al ritual continúan mascando las hojas amargas y como untadas en humo. A la bola jugosa que hincha la mejilla, se le van agregando las hierbas, flores y semillas que provienen de la laguna sagrada, muy lejos de allí, salen de la jigra tomadas delicadamente entre dos dedos y van a ponerse sobre las manos izquierdas de todos. Las “voltean” y a la boca. Explosión de sabores, aromas que suben de la boca a la nariz, halos de algo denso pero leve que va subiéndose a la cabeza y bajando a la panza disuelto en la saliva cargada y espesa. Los rojos intensos y titilantes de las puntas de los cigarrillos se mueven en silencio, de arriba a abajo, creciendo en una torrecita de ceniza que casi todos se ocupan de no dejar caer

Tras tirar un poco al suelo, un chorro tibio y corrosivo de aguardiente cae sobre la bola de coca y hierbas, inunda la boca y luego, lentamente, con el mover quedado de la mandíbula, va fundiéndose en la bola que se hace maleable y móvil en la mejilla.

El Thê´ Wala relata fragmentos de historias en una lengua que mezcla el español y el nasayuwe, historias pastosas y susurradas entre dientes manchados de verde. Habla del viejo que vino a verlo en sueños: el padre Trueno. Menciona las señas, dice que con “la coquita” y la ayuda de los demás puede ver si los otros, los forasteros, están enfermos, si se salvarán; puede ver si mienten o si, por el contrario, traen buenas intenciones. Cada tanto hay que salir al descampado, recibir la chonta * y la jigra, voltearlas y escupir con fuerza, hacia “la casa de más arriba”. Es que en el universo Nasa hay cuatro casas, cuatro “yat”. Está la casa de muy arriba donde habitan los seres supremos; la casa de los espíritus; la casa nuestra, donde hay territorios salvajes morada de seres espirituales y de poder y territorios mansos donde vive y cultiva la gente nasa. Una última casa está debajo de nuestra tierra, su puerta de acceso son las cuevas y depresiones.

*Chonta, o bastón de mando: símbolo identitario de los indígenas nasa. Se trata de una barra de madera de chonta.

A la casa nuestra, a la de los Nasa y otros pueblos indígenas del Putumayo, llegaron primero los caucheros, los comercializadores de madera y pieles, los que venían y siguen viniendo tras el petróleo. A las tierras que vieron convertirse en hombre a Misael, un día fueron arribando muchas semillas coloradas de coca y con la coca llegó la gente.

–Aquí en el Putumayo, en el 1980 o 1979, fue apareciendo la coca. Antes sí había coca pero sólo para mambear, eso sí había, porque la gente Nasa siempre a donde vaya, va con su coquita para mascar, pero entonces llegó la bonanza de la otra coca, la coca para la merca y ya sembraron fue por hectáreas y hectáreas.

Con los negocios llegaron los violentos, gente armada vestida con las insignias de todos las tropas: unos con las banderas del ejército colombiano, otros con el mapa blanco de Colombia atravesado con dos fusiles, la marca de las FARC. Llegaron los Masetos (MAS muerte a los secuestradores) a acabar con todo lo que oliera a izquierda y luego llegaron los que portaban las siglas de los paramilitares: ACCU (Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá) BCB (Bloque Central Bolívar).

Con las armas vinieron los excesos provenientes de todas las direcciones. Los muertos, como troncos que arrastra la corriente, fueron a dar al río Putumayo y aparecieron tendidos en los caminos. Vinieron las acusaciones, los señalamientos. Había que eliminar al sospechoso, al colaborador, al que parece, al que no colabora, al que no participa del negocio, al que participa, al que le vende la coca a otro. Eliminar al otro.
–Aquí era una cosa muy maravillosa antes. Lindo aquí en el Putumayo y Puerto Asís en el 70. Eran así las casas, de madera eran todas. Si acaso habrían unas 100 casitas y la iglesia, eso antes de la llegada de la mafia. En esa época uno llegaba a Puerto Asís y ahí en esas mesitas de picar carne, ahí uno dormía y amanecía tranquilo. En esa época la bonanza era el arroz, el maíz, el plátano y la yuca. Todo eso salía al Río Cohembí. Ahí en La Carmelita transportaban botes de 150 bultos de maíz, de arroz, botes con cerca de 2 o 3 toneladas. Esos viajaban a Puerto Asís. Todo el mundo cosechaba maíz, arroz. Y arroz que llegaba, arroz que compraban, porque había una empresa y uno no se veía varado. Con el maíz lo mismo. Cuando ya llegó la coca, entonces se fue terminando todos esos cultivos, toda la comida se acabó.

Con lo que dejaba la coca que los compradores se llevaban a los laboratorios para convertirla en cocaína, algunos como Misael, incluso, lograron comprar unas pocas vaquitas, pero las vaquitas y el dinero se escaparon entre las manos de la mayoría de los que se dedicaron a sembrar y la violencia no dejaba de acecharlos a lado y lado del río.

–¿Que la coca esa da plata? eso dicen. Pero ole, mirando bien, yo no tengo nada, ninguno tiene nada y eso es porque esa coca no era para mascar, era para volver en mercancía o en bazuco, para venderla. Por eso mucha gente se llevó a la cárcel, otros se mataron (SIC). Porque ahí se formó un problema, resulta que si yo tengo cultivo de coca, esa coca yo la trabajaba pero yo no la podía vender sino a ellos, a la guerrilla y, si se daban cuenta que yo lo estoy vendiendo por otro lado, venga para acá, chumbimba * nos daban.
* Chumbimba, en lenguaje coloquial se refiere a ser asesinados.

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El círculo que forman los asistentes al ritual ahora está envuelto en la neblina espesa que emana de los tabacos. Se intuyen cuerpos aletargados y como sumidos en un duermevela pesado y denso, pero en verdad, dice el Thê´ Wala, las plantas sagradas, tras cada mascada, los han hecho a todos más agudos, ahora es probable que perciban las señas.

El Thê´ Wala, acompañado siempre de un ayudante enmudecido, toma en su mano izquierda la jigra y la chonta y con la mano derecha se ayuda a guiar la izquierda para “voltearla” sobre el cuerpo de cada uno de los asistentes: pie derecho, pierna, hombro, cabeza, hombro, pierna, pie izquierdo. Al terminar de voltear, acerca su boca a la coronilla de aquel y luego con fuerza da un soplido largo a la izquierda, como quien chupa de un contenedor y luego expulsa lo absorbido. Las cuatro casas del universo Nasa, como cuatro malocas unas sobre otras están conectadas también horizontalmente, un lado derecho y otro izquierdo, y en medio: el equilibrio, la armonía. Al lado izquierdo está el sol, el Páramo, lo salvaje, los antiguos, el padre Trueno, las plantas sagradas, las señas buenas. Al lado derecho está la luna, las plantas frías, la seña no buena. Ahora el Thê´ Wala pasa frente a cada uno de los asistentes, se escucha un murmullo ininteligible: uno señala la punta de su pie izquierdo, otro su talón, aquel indica el empeine, otro indica la punta del derecho, un dedo del izquierdo, el de allá señala su hombro izquierdo. El Thê´ Wala se acerca mucho a los que enseñan lugares sobre su propio cuerpo, los escucha con atención, sabe que ellos han percibido las señas, aunque es él quien puede interpretarlas. Todo está bien, los forasteros no mienten, pero hace falta trabajar más. Vendrá más coca, mambe sobre las hojas, hierbas de la laguna, más tabaco, aguardiente, voltear, voltear, mascar, voltear, mascar, mascar, escupir hasta que la energía se armonice y fluya la palabra.

En marzo del 2000, los ciento veinte cabildos indígenas de los doce grupos étnicos del Putumayo, construyeron y presentaron al gobierno lo que se llamó Iniciativa Indígena Raíz por Raíz. En ese plan las comunidades se comprometían a erradicar, con sus propias manos, los cultivos de coca declarados ilícitos y a reemplazarlos por cultivos que garantizaran su seguridad alimentaria y que fortalecieran su organización social y la pervivencia de sus costumbres, esto como resultado de años de trabajo de las comunidades, de lluvias de fumigaciones y de soldados erradicando, a la fuerza, el arbusto que ya no era Esh, sino la materia prima del clorhidrato de cocaína.
Según recuerda Misael, fue en la maloca, frente al padre fuego y con la bola de coca en la mejilla, pensando y pensando, mascando y mascando, y oyendo la voz del padre Trueno, como dieron con la certeza de tener que cambiar el rumbo.

 –Con Raíz por Raíz, todo el mundo arrancamos, toda la parte indígena. El campesinado dijeron (SIC) que no, que los indios eran brutos porque se ponían a arrancar la coca; pero nosotros para decidir arrancar nos concentramos mucho. Estudiamos espiritualmente y vimos que estábamos haciendo un daño y dijimos: nosotros vamos a arrancar esas matas. Es que la coca, si no es para merca, no es mala. La coca tiene mucha proteína, la coca da fuerza y ayuda a la parte espiritual.

Hombres y mujeres de los pueblos indígenas empezaron a arrancar sus arbustos de coca y en su lugar a sembrar, una vez más, comida. Volvieron las vacas, el maíz, la yuca, la caña, el chontaduro; regresó el plátano, el arroz, el borojó, el aguacate, el zapote y la papaya. Volvieron también las plantas sagradas: el yagé, la sábila, la mata de ratón, la yerbabuena. Pero, como años antes, pronto volvieron también las avionetas que dejaban a su paso estelas de veneno. El glifosato cayó de nuevo sobre la selva, sobre los cultivos de pancoger y las plantas medicinales, sobre los peces y las vacas. Y cuando el veneno cae, los animales de la selva huyen al ver sus bosques y aguas contaminadas.

La gente de repente se quedó sin sustento; muchos emigraron a otras zonas o rumbo al vecino Ecuador. Caseríos abandonados, gente intoxicada, sitios sagrados y casas ceremoniales envenenadas.

Tras luchas y desazones, carreteras cerradas, documentos, quejas, reclamos e hileras interminables de indí- genas empuñando con firmeza el bastón de mando como quien blandea una espada, retoñó la coca en el Putumayo: la Amarga, la Boliviana Roja, Negra, Blanca, la Chirosa, la Pomarrosa, la Dulce, la Patirroja, la Tingo María, la Tingo Pajarito, la Tingo Negra, la Crespa, la Gigante Llanera, la Caucana.

El resguardo de Misael, a pesar del veneno que llovió, cumplió su promesa y en las huertas –los tul como le llaman en nasayuwe– sigue creciendo la coca que llaman Caucana o pajarita , la original– dicen ellos– pero sólo esa que se junta para ser tostada en enormes pailas en la cocina comunitaria del cabildo para que masque la comunidad, las autoridades, la guardia Indígena y el Thê´ Wala. Coca sagrada para que en las luchas, que no dejan de librarse por el territorio, los hombres y mujeres piensen con claridad y caminen con fuerza; para que el Thê´ Wala armonice el territorio y sus gentes, que es lo mismo; para hablar con el padre Trueno, para que la fuerza de los antiguos caciques y mayores descienda sobre la comunidad.

 

 

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Del tul viene Esh, que en el ritual se junta con el aguardiente –antes la chicha de maíz, o el guarapo de caña– y el tabaco que en tiempos antiguos se conseguía por medio del trueque con otras comunidades. Del espacio salvaje y sagrado vienen las plantas medicinales y la cal de piedra. El Thê´ Wala, por medio de su estudio y el oficio de los rituales, dicen los Nasa, se mueve entre las cuatro casas, las visita y recorre de derecha a izquierda como el río que limpia y purifica.

–Estas son plantas sagradas, curativas y poderosas. La coca nuestra no hace daño, la coca cura.
Prácticas milenarias asociadas al cultivo y consumo de la hoja de coca con fines medicinales y rituales implican para comunidades indígenas, como la Nasa, una parte fundamental de su cultura y, por ende, del patrimonio cultural de la Nación colombiana. Dichas prácticas ancestrales están protegidas en la constitución, aunque entran en constante conflicto con normatividades nacionales y prohibiciones internacionales ratificadas en convenios suscritos entre Colombia y Estados Unidos en el marco de las políticas de erradicación de las drogas y el narcotráfico.

Fuente : ElEspectador


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