Los días de una forense en la tragedia de Mocoa

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Lina María Ramos se vinculó desde 2007 al Instituto Nacional de Medicina Legal.
Foto: Lina María Ramos
Por: Carol Malaver Sánchez

No olvida su primer caso: era una mujer de Pereira con las heridas que hicieron en su piel los proyectiles de un arma de fuego. La encontraron muerta, junto a su esposo, era de cabello negro y largo. La vida se le había esfumado. Pensó en lo joven que era, en todo lo que había dejado de vivir, en que era el primero de muchos casos que tendría que analizar en su vida.

Hoy, Lina María Ramos tiene 44 años, es médica, especialista forense y tuvo que asistir como directora de la regional sur del Instituto Nacional de Medicina Legal los días posteriores a ese 31 de marzo de 2017, cuando los ríos Mocoa, Mulato y Sancoyaco se tragaron 330 vidas en 17 barrios de Mocoa.

Sentía dolor cada vez que se preguntaba cómo habían sido los últimos momentos de lucidez de las personas que examinaron ella y su equipo. “Es que hay muertes inmediatas. Casi que uno puede deducir que las personas no se alcanzaron a dar ni cuenta de lo que iba a suceder, pero hay otros casos en los cuales la muerte fue más lenta, pienso en su dolor físico y también en todo lo que dejaron pendiente en sus vidas”.

Para un médico forense cada caso es especial, solo que hay unos que permanecen más en sus memorias. “Siempre me han impactado aquellas muertes que ocurren cuando las personas se dirigen o están en sus trabajos, o aquellas en las que se evidencian signos de defensa”. Por eso la tragedia de Mocoa la impactó.


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Cementerio de Mocoa
Esta imagen en una radiografía aérea de lo que significó la tragedia en Mocoa. Decenas de personas tuvieron que enterrar a sus seres queridos. Foto: Juan Diego Buitrago

Como directora de la Regional Sur tiene la labor de dirigir y coordinar la prestación de los servicios forenses de los departamentos del Tolima, Caquetá, Huila y Putumayo. Lo más curioso es que el 23 y el 24 de marzo había estado en Mocoa, sin saber lo que allí iba a acontecer. “Nunca había estado inmersa en una tragedia de esa índole. Había hecho necropsias en Pereira cuando ocurrió la explosión del poliducto en Dosquebradas, pero eso no fue ni parecido”.

A Mocoa arribó el domingo 2 de abril al mediodía. Recuerda que llegaron en un avión de la Policía Nacional y desde que aterrizó en el aeropuerto de Villa Garzón algo le dijo que esta comisión iba a ser diferente a las demás. Necesitaban llegar al cementerio de Mocoa, pero solo había un camión de la Policía que se ofreció a llevarlos.

Con dificultad vieron una montaña pequeña en donde se alcanzaban a ver las tumbas de ladrillo y cemento. “El camión se varó en la mitad del camino y tuvimos que subir a pie con todos los instrumentos y las maletas a cuestas hasta donde estaba destinada el área para el trabajo forense”. Había llovido y todo el suelo estaba empantanado.

El dolor de las familias en Mocoa
Lo más triste para los médicos forenses fue tener que ver el dolor de las familias que se percataban de que sus seres queridos habían fallecido. Foto: Juan Diego Buitrago

Pero había una escena más triste: la de las familias haciendo fila para ingresar al cementerio y las que ya estaban adentro tratando de encontrar a sus seres queridos entre los cuerpos sin vida. “Cuando saludé al doctor Andrés Franco, quien estaba coordinando todo desde el día anterior, me dijo: ‘¡Gracias a Dios llegaron!’”. La tragedia no daba espera.


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De inmediato comenzaron a organizar todos los equipos de trabajo y se fijaron las instrucciones para comenzar a hacer las necropsias. “La prioridad era identificar los cuerpos para poderlos entregar a sus familias”.

Era la parte más rigurosa del trabajo. Los cadáveres estaban embalados y, al examinarlos, la mayoría habían perdido sus prendas y estaban impregnados de barro. “No teníamos ni agua para poderlos asear bien. Poco a poco iban apareciendo todos sus traumas”.

Los médicos forenses tenían que priorizar las características externas, buscar la más mínima señal que les permitiera hacer las individualizaciones: la carta dental, la toma de las huellas digitales, las pruebas de sangre, el análisis de los fragmentos óseos para los cotejos genéticos.

Mientras un grupo se encargaba de eso, otro hacía las entrevistas. Hombres y mujeres buscaban a sus familias. A ellos había que orientarlos. “Esa parte fue dura, a los niños se les tomaban pruebas de sangre para realizar los cotejos genéticos”.

Todo eso se logró en medio de muchas dificultades: falta de agua, energía y hasta espacio. “Al comienzo solo contábamos con el área del cementerio, mientras no ubicaban el ‘Thermo King’, una especie de contenedor o cuarto frío para disponer allí los cuerpos y poderlos conservar mejor”. A la par se iniciaba la inhumación estatal de los cuerpos mientras los familiares los reclamaban.

La presión para los médicos forenses crecía. Ellos sabían que tenían que hacer su trabajo a conciencia, pero al mismo tiempo sentían las voces de las familias pidiéndoles ayuda. “Muchos nos exigían entregas rápidas, pero nosotros teníamos que cumplir con los requerimientos de la ley. Hubo días muy críticos, de mucha gente reclamando. Teníamos que enfrentarnos con su dolor y explicarles los procedimientos”.

Los rostros de las mujeres y los niños que las acompañaban son imágenes que no se le borran: “Recuerdo mucho a una mujer joven, embarazada, ella buscaba a sus hijos. La vi desde el domingo que llegué y tres días después la encontré otra vez en el cementerio. Su rostro de agotamiento, de angustia, era impresionante”.

Los forenses debían concentrarse en su fin: auxiliar a la administración de justicia, aportar pruebas para la investigación de los casos, ese es el objetivo. Aunque pocas veces hay recompensas. “Un compañero me dijo que hubo personas que le agradecieron y lo abrazaron cuando se les daba razón o incluso se les entregaban los cuerpos de sus seres queridos en medio de un dolor inimaginable”.

Desde el 2 hasta el 9 de abril había reuniones a las 7 de la mañana y a las 4 de tarde. A Lina le tocaba coordinar todo lo que los funcionarios requerían: alimentación, agua, insumos. Todo esto tenía que estar resuelto y también debían informar periódicamente a la Subdirección de Servicios Forenses y al director general, Carlos Eduardo Valdés.

Los días parecían pasar en segundos, cuando menos se daban cuenta ya estaba anocheciendo. Al final de la jornada, los funcionarios de la empresa de energía de Florencia, periodistas y médicos se alojaban en un hotel reconocido por ser ocupado por camioneros. “Eso fue bueno porque contábamos por algunas horas en la noche con la planta eléctrica, también había agua, así que en medio de todo estábamos en un buen sitio”. Otros se alojaron en hoteles de Villa Garzón, Mocoa, y algunos en el hospital, donde les facilitaron algunas camas. En estas tragedias, la cooperación sale a flote, eso les permitió salir antes con la misión.

Lina María iba al cementerio dos veces al día, se reunía con los funcionarios y verificaba las necesidades. Todo este trabajo fue bueno, organizado, pero también les dejó lecciones a ellos y a todo el país. “Debemos aprender mucho de esta tragedia. Medicina Legal debe ser una de las instituciones que participe en todos los comités de emergencias locales y departamentales”.

La idea es que todas las regiones cuenten con morgues alternas para cuando el número de muertos sobrepase la capacidad de la instalación. “La situación es tan grave, que son muy pocos los municipios que cuentan con morgues a pesar de que la normatividad lo exige”.

Ella y su equipo saben que la experiencia les va a servir para afrontar mejor el día que ocurra otra tragedia, eso sí, el Estado debe fortalecer los insumos y los elementos que requiere su especialidad. “Si algo nos demostró esta situación es que a la par de direccionar los recursos y las ayudas a los heridos y damnificados, se debe tener en cuenta el manejo y disposición de los cadáveres”.

“Trabajé con gente maravillosa quienes todo el tiempo estuvieron dispuestos a colaborarnos, al igual que todos los funcionarios del Instituto que participaron en el trabajo forense; fue un gran trabajo en equipo”.

Dice que vio en la Medicina Forense una especialidad que le permitía ejercer la medicina y los conocimientos adquiridos sin tanta restricción. “Podemos investigar y aportar a la administración de justicia, es la rama de la medicina que crea ese puente entre el derecho y lo médico, eso fue lo que me llamó la atención y, claro, ser útil en momentos tan trágicos como los que vivió Mocoa”.

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa
El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa
El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa
El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa
El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

El dolor de las familias de las víctimas en Mocoa

Fotos: Santiago Saldarriaga

CAROL MALAVER SÁNCHEZ
SUBEDITORA DE LA SECCIÓN BOGOTÁ DE EL TIEMPO
*Escríbanos a carmal@eltiempo.com

http://www.eltiempo.com/bogota/forense-que-trabajo-en-tragedia-de-mocoa-putumayo-habla-dos-meses-despues-de-la-tragedia-94014

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