Crónicas de la avalancha – ¡HAY PODER EN JESÚS!. Parte V

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Por : Felipe Alfonso Guzmán Mendoza

Hay cristianos que por cualquier cosa dicen “¡hay poder en Jesús!”. Esta es una declaración de poderío y no tiene sentido usarla en ocasiones ordinarias. Nadie utiliza una bomba atómica para abrir una simple puerta de madera.

COCINA. El mesón no se ve porque está cubierto por el lodo. El lodo subió 80 cm sobre el mesón. Observen la pared y las vigas del techo en donde aguantó Carlota tres horas.

Carlota invocó esa noche el nombre de Jesús en varias ocasiones, porque no era para menos. Una anciana de 78 años no se trepa a una pared y se queda tres horas pegada del techo, a no ser que literalmente sea una abeja. Un tullido no se salva si está sólo en una habitación que se llena de lodo, a no ser que de repente se convierta en el hombre araña. La otra opción es que Dios actúe, porque nada es imposible para Él.

CAMA DE ÁNGEL. Imagen captada 2 días después de la avalancha, cuando el lodo había escurrido y bajado su nivel. Observen en primer plano la parte superior del muro.

¿Cómo se salvó Ángel? Los científicos dirán que las composiciones fisicoquímicas de los materiales arrastrados por la avenida torrencial elevaron la densidad del lodo e hicieron que la capacidad de flotabilidad de la cama fuera superior a sus posibilidades de precipitación en el fluido. Ajá. La cama de Carlota era igual a la de su hijo, colchón incluido, sin embargo, quedó sepultada bajo toneladas de lodo, como cientos de camas esa noche. El Creador del universo no necesitó de fórmulas químicas para hacer flotar la cama y dejar a Ángel a un metro del techo… ¡y hablando!


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Cuando llegó Néstor Ramiro, Ángel estaba limpio, su cama y sus tendidos impecables y hablaba hasta por los codos.

– ¡Bendito el Nombre del Señor Jesús! ¡Bendito sea su Santo Nombre!

– ¿Y la Carlota?

– ¡Acá estoy, por la cocina!


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Néstor Ramiro utilizó algunos palos de la avalancha y gateó entre las paredes hasta llegar a la cocina. En ese momento un potente rayo de luz inundó la casa; habían llegado Milena y Javier con la súper linterna. Traían sus rostros desencajados por el esfuerzo en más de ochocientos metros de rocas y lodo que sortearon desde la cárcel hasta allí.

Milena se arrastró por los palos y fue a abrazar a su mamá, que tiritaba acurrucada mientras daba gracias a Dios. Nunca un abrazo fue tan fuerte, a pesar del riesgo de caer al lodo.

Todos estaban agotados y deshidratados, pero no había tiempo ni espacio para visitas; era urgente salir. A las 3:30 de la madrugada no podían dormirse en los Laureles.

Como si alguien hubiese pedido soldados a domicilio, apareció uno de la nada; gentileza Divina, por supuesto.

Carlota temblaba que daba miedo. Nadie sabe a qué hora se había terciado un pequeño bolso amarillo, pero lo tenía sobre su vientre cuando se dejó caer en las espaldas del joven militar. Les esperaba el amanecer más largo de sus vidas.

Ver : Crónicas de la avalancha ¡HAY PODER EN JESÚS! – Parte IV


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