Lo sentimos: somos la generación que se mamó de Andrés Caicedo

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Después de García Márquez, y salvo contadas excepciones como Fernando Vallejo, Andrés Caicedo ha sido la celebrity literaria más taquillera de nuestra historia reciente. Su nombre ha dado de comer a más de un profesor, editor, familiar, librero, amigo personal o apenas conocido. También a Carlos Moreno, el director de la ignominiosa (por no usar palabras mayores) adaptación al cine de su novela estrella en 2015. Pero, como le sucede a toda gran leyenda cultural machacada, se le está agotando el combustible emocional.

Hoy se cumplen cuarenta años de su muerte. Cuarenta años de la no tan azarosa contingencia que lo catapultó directo al panteón de las letras latinoamericanas y detonó su culto instantáneo: la impresión del primer ejemplar de ¡Que viva la música! y su consecuente suicidio a punta de pastillas de secobarbital. Y este aniversario, como raro, es una vaca gorda para el mundillo cultural. Rosario, su hermana, anda de gira por todo el país. Sus libros volvieron a las vitrinas. Les quedó al pelo a los organizadores de la Feria del Libro. Desde hace un par de semanas volvieron las conferencias, fiestas temáticas y homenajes. Se viene, también, la publicación de Ojo al cine, una reliquia inédita para los nostálgicos del Grupo de Cali.

Sin embargo, la pachanga setentera caleña ya no seduce a todos. Por charlas sueltas tuve la leve sospecha de que frente a Caicedo hay una fatiga generacional. Por chismes —y un par de caras de culo al escuchar su nombre— tuve una intuición de que hay algo que ya no cuaja: una brecha gorda entre un Caliwood desgastado que sobrevive en la nostalgia y las preocupaciones más próximas de los jóvenes de ahora.


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El mismo Luis Ospina está saturado. Para salir de la duda, mapeamos el pulso de la escena literaria frente al angelito empantanado. ¿Caicedo le sigue hablando a los jóvenes? ¿Se siguen leyendo con tanto fervor sus libros? ¿Acaso el mito se tragó al escritor? ¿Cómo lograr una apreciación justa de su novela más allá del arquetipo del adolescente suicida?

Los que no le creyeron al rockstar después del colegio

«Para mí Andrés Caicedo fue un momento de mi adolescencia y ya». Esta opinión de Alejandra Algorta, editora de Cardumen Libros, es una tendencia entre los literatos menores de 25. Un arbitrario y rápido sondeo a estudiantes de Literatura y carreras afines nacidos en los noventa —a punta de llamadas telefónicas y preguntas en Facebook, unas treinta personas de cuatro universidades en Bogotá, Cali y Medellín— arrojó que dos de cada tres nunca volvió a leerlo después del colegio.

«Es como un mito que está y que es fuerte pero que no nos toca. Nosotros no maduramos con eso. Puede ser que no nos cuaje, aunque a cierta gente todavía sí», me dijo Manuela Benavides, egresada de la Licenciatura en Literatura de la Universidad del Valle. La mayoría también confesó no sentirse representado en ese Andrés Caicedo glorificado. Mariana Charry, literata y profesora de Español, manifestó lo mismo: «Cuando yo leí ¡Que viva la música! a mí personalmente me parecía súper lejano. Esos personajes conflictuados o que se lamentan por no sé qué mierdas o ese sentido todo trágico de la vida era poco vigente para mí».

La distancia crítica y sentimental con la imagen del artista atormentado, prodigio y que muere joven (esa constelación nutrida de nombres como Jim Morrison, John Kennedy Toole, Kurt Cobain y, hace unos días, Ren Hang) ha convertido a Andrés Caicedo más en una estrella del pasado que en un ídolo cercano para los millennials.


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Y es que las sensibilidades están condicionadas históricamente y ya han pasado cuarenta años desde el furor de los setenta, desde los tiempos del Calicalabozo en el que María del Carmen, la rubísima protagonista de la novela, bailó Richie Ray & Bobby Cruz y se fue del Norte en busca de la última rumba. «Lo que nos llega es la foto del greñudo suicida, no del escritor. La foto suelta del literato asfixiado por el mundo», cuenta Juan Manuel, profesor de Literatura del colegio La Merced.

Mariana lleva la intuición un paso más lejos: «Hay una presión del mundo, o un discurso de nuestra época en el que eso ya no suena. Ahora nos han metido más el discurso de todo lo bueno está dentro de ti, que es el discurso de la automotivación. Gente que todo el tiempo está pensando en esas frases como la de Rihanna, you are a diamond in the sky o esa otra baby, you’re a firework. Entonces a mis estudiantes, por lo menos, esa cuestión más existencialista de ¡Que viva la música! ya no les entra».

Esa sensibilidad intervenida por la autoayuda, la cultura pop gringa e Internet en los lectores jóvenes, dice, ha instaurado una barrera gorda con las preocupaciones del escritor caleño. «La gente tiene metido en la cabeza eso de cómo salir adelante, cómo ser rico y exitoso. Eso hace que los chinos piensen no entiendo qué le pasa a este personaje, no entiendo por qué está así, no entiendo por qué está vuelto mierda, por qué se está lamentando por la vida«. De hecho, un colega le confesó que a muchos de sus estudiantes solo los cautivó porque vieron una foto y «les pareció súper papasito».

Y eso no solo en los colegios. Liliana Ramírez, que lleva más de veinte años como profesora de planta de la carrera de Estudios Literarios en la Javeriana, dice que nunca ha visto un trabajo de grado sobre él y no ha escuchado que sus compañeros lo hayan puesto a leer. «Me llamó la atención que ni siquiera cuando pasó la película hubo movilización en la recepción de Andrés Caicedo. Fíjate que lo único que se ha hecho fue ese libro que publicaron unos profesores en Estados Unidos, desde la academia gringa. Creo que lo que hay ahora sobre él es más como el mito que la lectura. Yo no escucho ya casi sobre él ahora en la Universidad: todos saben quién es pero no muchos lo han leído bien».

Para ella, las imágenes que proyecta ese tipo de artista ya no apelan a la realidad de sus estudiantes de pregrado. «Los contextos políticos son distintos y ya una figura como esa, o la leyenda que proyecta ese tipo de artista, no les ayuda a digerir lo que está pasando. No creo que sea una figura que les ayude a repensar o estar en su propia realidad. Políticamente estamos en un momento diferente. Hay cosas que ya no les suenan».

Literatura en la Javeriana, confiesa que ni a él ni a sus panas les gusta ya. Tampoco a Juan Antonio, María y Jorge, egresados de la Universidad del Valle. Andrés Moreno, literato y actor de Cali que estudió en el colegio Berchmans —por el que pasó Caicedo— dice que «el tipo ahora es una leyenda. Es más uno de esos personajes míticos que un referente cultural caleño».

Cree que también se ha presionado mucho para seguir con su influencia cultural —como con la apertura del cineforo Andrés Caicedo el año pasado—, pero que la gente ya no está tan comprometida con su figura. «Es más como un personaje costumbrista de Cali». También dice que en la ciudad la gente llega a él más por los lados del cine que de la literatura, pero que ya ni siquiera la gente del barrio del famoso Cine Club del Grupo de Cali se acuerda de él. «Sobre todo porque el teatro se volvió una iglesia cristiana y pocos saben qué fue todo lo que pasó ahí».

Enrúmbate y después véndete

Con todo y el desencanto, los libros de Caicedo siguen siendo pan caliente en librerías y en los planes lectores de los colegios. Para Ana María Aragón, librera de Casa Tomada, Caicedo no ha parado de ser rentable. «La venta se disparó con el tema de la película también, desde hace dos años». A pesar de ello, piensa que ahora no mueve las mismas fibras. Marco Sosa, librero de La Valija de Fuego, coincide en que Caicedo vende siempre, aunque a él no le trama tanto. No es un secreto, tampoco, que un libro que se pide y lee en los colegios es una bomba millonaria, la gallina de los huevitos de oro del mundo de la edición. Todos los entrevistados confesaron haber tenido que comprarlo y leerlo a finales de su época escolar —para los niños no hay opción: se compra porque se compra—, unos con más placer que otros. Aun así, para muchos (me incluyo) Caicedo fue su iniciación en la lectura «por placer», aspecto que lo ha convertido en un autor taquillero para muchos editores y profesores.

A esto se le suma la resurrección (o intento de resurrección) comercial que se ha pretendido en los últimos años: la película de Moreno estalló las reediciones, cambiaron el juego tipográfico por una monita maquillada detrás de un vinilo en la portada y una «profe emprendedora» lidera desde hace unos años la Ruta de Andrés Caicedo en Cali. El escritor Juan Álvarez cree que esa sensación de fatiga no es tanto del autor como de la forma en que sus familiares y editores nos lo han tratado de vender: «Efectivamente, ha habido muchos revival de Andrés Caicedo en los últimos diez años. En el medio de la edición se sabe que las familiares han tratado de mover mucho su obra. Por eso pasó de estar en Norma a estar en Alfaguara. Y ahora está pasando de estar en Alfaguara a estar en Planeta. Toda la obra completa. Entonces eso ha generado la sensación de que están tratando de vendérnoslo mucho y eso puede producir cierta fatiga. Pero eso no es culpa de Andrés Caicedo, es asunto de sus herederos. Yo creo que la fatiga es con los herederos y con lo que los herederos tratan de vender pero no con la obra en sí misma».

Juan advierte que nos toca insistir en la distinción clásica del autor y sus libros, entre Andrés Caicedo como persona y ¡Que viva la música! como novela. La leyenda sobre su vida se ha tragado sus libros y eso también ha impedido una reflexión crítica juiciosa sobre su literatura. Santiago, periodista y escritor, afirma que es normal que la figura del autor eclipse la obra. «Bolaño, por ejemplo, se ha convertido en un mito en buena medida porque escribió sus mejores libros con la muerte respirándole en la nuca. Esa figura de escritor atormentado tiene buena prensa. Es odiosa la idea de un genio en pantuflas, necesitamos verlos (o imaginarlos) sufrir. En el caso de Caicedo seguimos leyéndolo en clave de su suicidio. Pero eso suele pasar con todos los escritores suicidas. La imagen del escritor atormentado no ha dejado de tener buena prensa».

Esas disputas sobre su biografía y la insistencia sobre él (en documentales, eventos, fotos, libros) han permeado también el ámbito privado. Andrés dice que ese problema radica en que, además, los pocos amigos que quedan vivos pelean mucho con su hermana Rosario. «Ellos tratan de mostrar al Andrés que conocemos que vivía una vida bastante agitada, tormentosa y llena de cosas (Como las que se ve en el documental Noche Sin Fortuna) y, por otro lado, los familiares se han preocupado mucho en desestimar muchas de las concepciones que se tiene de él». Al hastío generacional se le ha sumado esa disputa sobre su propia biografía.

Para Juan, la fatiga generalizada es más con ese rockstar suicida en el que se ha convertido a raíz de sus fans que con su novela, que se sigue leyendo. «Es muy significativa porque es una novela alucinante para haber sido escrita por un sujeto a los veinte años. ¡Que viva la música! es una obra increíblemente rica lingüísticamente, anecdóticamente es súper ágil. Es una novela tan rara que pasan cosas como que alguien trae cocaína de Estados Unidos a Colombia. O sea, como la premonición inversa de las cosas. Es una novela muy rica que no acaba de ser de melómanos, no acaba de ser de músicos. Muy compleja».

¿El mechudo suicida o el escritor?

La tensión sigue viva entre el mechudo de carne y hueso, el drogadicto de la imaginación popular y sus textos. Para algunos, es urgente dejar a un lado la historia de su vida para apreciar de manera más justa la novela. Por ejemplo, como dice Juan, lo que significó como oposición al canon masculinista del boom en los setenta. «Una manera de sacarla, revitalizarla y devolverla a un escenario adulto tiene que ver con analizarla, leerla juiciosamente. Pensar en ese personaje femenino en los setenta en un momento en el que la literatura latinoamericana era muy masculinista y totalizante. Esta trayectoria de perdición. Esta riqueza verbal sobre la experiencia del placer. Una novela en la que todo el tiempo están drogados y mal pero al mismo tiempo están sintiendo mucho placer». O, como lo llama Andrés, un hedonismo antiboom.

Quedan las preguntas abiertas. ¿Qué puede decir la literatura de Andrés Caicedo hoy? Y, ¿cómo no ser tragados por la popularidad de su suicidio, que para muchos ya no es un modelo sexy de vida adolescente?

Por ahora, nos queda la certeza de que esta generación ya no le come a Andrés Caicedo. Algo ya no habla: el escritor vuelto mierda dejó de ser faro para jóvenes «felices y automotivados». También porque sigue siendo visto como literatura juvenil o literatura de colegio (un epitafio para cualquier obra que quiera mantenerse saludable en lectores más adultos). Sin embargo, muchos coinciden en que hace falta una lectura juiciosa de la novela. Falta riqueza crítica, como piensan Liliana y Juan. Reconocer sus libros, darles oxígeno y abandonar el mito. Aunque la coincidencia de fechas, sus hermanas y la maquinaria comercial nos la ponen difícil.

Fuente : https://www.vice.com/es_co/article/lo-sentimos-somos-la-generacion-que-se-mamo-de-andres-caicedo


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