Coca: un negocio familiar que marca a la mujer

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coca-putumayo-introPor María Clara Calle
*Algunos nombres fueron cambiados para proteger a las fuentes.

En Putumayo la siembra de hoja de coca fue un negocio de toda la familia. Los hombres se iban en el día a cosechar, a raspar las matas. Cuando éstas se cargaban a tope y el cultivo era muy extenso, contrataban a los conocidos ‘raspachines’ o cosechadores, para no perder nada. Esposas e hijos se involucraban y en la misma casa hacían la primera etapa del proceso para sacar la pasta y ganarle diez veces más que vendiendo la hoja solamente.

“El hombre es más de temple, pero la mujer rinde más”, dice Cindy*, una comerciante de La Hormiga y esto se explica mejor con las palabras de Lady*, quien vivió de la coca muchos años en el Valle del Guamuez: “en mi casa, yo cosechaba doce arrobas de hoja por día mientras que mi hombre solo ocho”.

Además, ellas explican que la mujer es mucho mejor para “cortar” la coca, que es uno de los últimos momentos de la producción de la pasta en la que se le echa ácido. Según Cindy, las mujeres lo hacen mejor porque “tienen más estilo, más delicadeza y ‘bailan’ mejor”.

En el Putumayo de los años ochenta y noventa no era extraño encontrar extensiones inmensas de hoja de coca en las fincas de los campesinos. Para ellos no era delito, sino una forma de vivir, la única a la que los obligó el Estado. En esa época, la bonanza de la quina, el caucho, la madera y del petróleo ya eran cosa del pasado.


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«Empezamos a cosechar sin querer hacerle daño a nadie, pero como no había vías de acceso, miramos lo rentable que era la coca porque era más fácil de transportar»
Sonia*, habitante del corredor Puerto Vega – Teteyé, que comunica a Puerto Asís con Ecuador.

Cultivo de coca en Putumayo
Los cultivos de coca aumentaron un 78% en Putumayo en 2014 según la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito Foto: María Clara Calle, periodista de VerdadAbierta.com

La antropóloga María Clemencia Ramírez ha recorrido el departamento desde hace más de 40 años y dirigió la investigación del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) sobre la violencia contra las mujeres en la inspección de El Placer, del municipio de Valle del Guamuez. Ella cree que en ocasiones la coca rompió la sumisión que tenían las mujeres ante los hombres porque podían no depender económicamente de su marido si aprendían a cosechar, procesar y vender; pero en otros momentos significó sometimiento, como tenerle que cocinar a los hombres que cosechaban la hoja.

En Putumayo los campesinos sostienen que ellos son el eslabón más débil de la cadena; aunque invierten en plaguicidas, pasan semanas enteras cosechando y ganan cerca de millón y medio de pesos por cada kilo de pasta de coca, son las mafias las que la convierten en cocaína y se quedan con toda la ganancia. Además, la gente es la que más cargó con la violencia.

Y no solo eso, la familia misma cambió, todo giraba en torno a la coca. En tiempos de cosecha, hasta los menores de edad dejaban la escuela con la aprobación de algunos profesores, como lo recuerda Xiomara*, una joven que en los tiempos del auge cocalero tenía 9 años y estudiaba en una vereda de San Miguel.


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Detenidas en Ecuador

Uno de los dramas en Putumayo que impacta a las familias por cuenta del negocio del tráfico de drogas es el de las detenciones de las mujeres. Las cuentas de Jorge Cáceres, cónsul de Colombia en Nueva Loja, Ecuador, son de 187 colombianos hombres y nueve mujeres detenidas en las cárceles ecuatorianas en las que él tiene jurisdicción. Por su parte, en 2014, el Parlamento Andino constató que en el penal de Ibarra había 15 mujeres y 60 hombres recluidos, mientras que en Quito hay 50 mujeres sentenciadas y 24 procesadas, el 90% de ellas por tráfico de drogas.

El río San Miguel abarca casi toda la frontera entre Colombia y el país vecino. El paso oficial es por el puente internacional, pero llegar al otro lado es tan fácil como atravesar el río en canoa. Además, el tránsito es algo común para las personas que trabajan o van de compras; incluso, algunos niños colombianos atraviesan diariamente la frontera para estudiar allí.

Esa cotidianidad y la extensión de la frontera hace que sea difícil registrar todo lo que entra y sale, pero las requisas se mantienen y en ellas han caído mujeres transportando droga en fajas, mochilas y en cargas de plátano y panela, lo que genera un drama para sus hijos. Una institución educativa de ese municipio le reportó a la Alianza Departamental de Mujeres Tejedoras de Vida que había cerca de 70 niños solos en los colegios o con sus abuelos porque sus madres están detenidas en Ecuador o en Colombia.

“En este año tuvimos el caso de una pareja capturada que dejó dos menores de edad. Ellos estuvieron unas semanas en un centro de La Dinapen, que es como el Bienestar Familiar en Ecuador, y luego se los entregamos a sus abuelos en Colombia”, detalla el cónsul.

Lo que más le preocupa a Fátima Muriel, presidenta de la Alianza Departamental de Mujeres Tejedoras de Vida, son las condiciones en las que están detenidas las mujeres, que propicia toda clase de abusos. Esta lideresa explica que es un fenómeno invisible, en parte por la reticencia de los consulados colombianos.

Puerto Colón Ecuador
Puerto Colón ha sido uno de los lugares más golpeados por el conflicto en Putumayo. Foto: Cortesía Alianza Tejedoras de Vida.

“En las visitas que hacemos ninguna mujer se me ha acercado a hablarme de vejámenes”, responde Cáceres. Lo que sí ha conocido es casos de aislamiento, maltrato, golpes y en algunas ocasiones, falta de atención médica, en los reclusos hombres. “Si pasa, ¿por qué no le dicen eso al cónsul? Nosotros buscamos solución mediante la oficina de derechos humanos de la cárcel, hacemos canal con la Embajada en Quito y solicitud de aclaración al Ministerio de Justicia”, asegura el funcionario.

La mayoría de capturadas caen en Lago Agrio, provincia de Sucumbíos. Una vez detenidas, tienen que estar en la cárcel masculina que hay allí mientras las trasladan a algún penal mixto en las ciudades de Macas o Archidona.

“Pobres madres reclusas, algunas por ganarse cualquier peso para dar de comer a sus hijos con el tráfico ilegal, mientras los que las mandan están tranquilos en las calles enviando más coca con otras pobres víctimas. A estos es que deben perseguir y castigar”, sugiere Muriel.

Plan Colombia no cumplió

Fue tanto el auge que Putumayo “reinó como el epicentro de la producción de cocaína en el comercio global entre finales de los 80 y mediados del 2000”, según el informe ‘Narcotráfico: mujeres en la sombra y su impacto oculto en la vida de las mujeres en América Latina’, del Fondo de Acción Urgente América Latina. Y fue precisamente por esto que Estados Unidos fijó su mirada en el departamento.

Las primeras fumigaciones aéreas con glifosato se hicieron en 1994 y se consolidaron a partir del 2000 con el Plan Colombia, un programa de los gobiernos de Colombia y Estados Unidos para atacar la insurgencia en el país y que terminó apoyando la lucha contra el narcotráfico. Esta estrategia prometía beneficios a cambio de dejar de sembrar hoja de coca, como apoyos en ganadería, silvicultura, siembra de cacao, caucho o pimienta.

Al mismo ritmo que pasaban las avionetas asperjando con glifosato, se disparó la capacidad de las mujeres de organizarse. “Ellas empiezan a hablar de sus trabajos en las fincas, alrededor del cultivo de la hoja de coca, y de la afectación en la salud de sus familias por las fumigaciones”, cuenta Amanda Camilo, coordinadora regional de la Ruta Pacífica de Mujeres, quien evoca la primera gran marcha de mujeres en Putumayo, el 25 de noviembre de 2003, que tuvo como lema “Fumigación es igual a miseria”.

Esta lideresa también recuerda que el Plan Colombia trajo un “componente productivo que fue lesivo”. Las personas tenían que asociarse formalmente para recibir los recursos económicos internacionales, lo que hizo que muchas de las organizaciones, incluyendo algunas de mujeres, se endeudaran para obtener los registros de la Dian y la Cámara de Comercio.

En los papeles quedó consignado que además de dar dinero, el Plan Colombia fortalecería a los productores para que manejaran sus cosechas de manera eficiente y gestionaran ellos mismos el desarrollo en las veredas, pero muchas veces la plata la entregaron sin hacer pedagogía y “la gente se quedó con los trapiches o las construcciones de cría de cerdos, pero sin trabajarlos y encima, endeudados”, cuenta Amanda, pero quedó su gran capacidad de organización.

Por otra parte, los que lograron cosechar con los recursos norteamericanos, tenían que transportar sus productos por las mismas vías y trochas que lo habían hecho siempre y esto implicaba, muchas veces, perder dinero.

Arroz Vs Coca

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