No planches

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PLANCHA1 antiguaPor. John Montilla

La casualidad me hizo ver una imagen con un particular mensaje: “Campaña a favor de la aceptación de la ropa arrugada.” Pienso que la idea no es muy descabellada y que sus promotores tienen mucha razón empezando con que el acto de planchar implica un desperdicio de tiempo, dinero y energía; entonces decidí ahondar un poco más en el tema y al indagar, recordar, leer y entrevistar a algunas personas surgió el siguiente discurso:

Comienzo anotando que no tengo la certeza de cuando a la gente le dio por empezar a planchar la ropa, lo que sí sé, es que desde tiempos remotos llevar la ropa sin arrugas se consideraba un símbolo de refinamiento y pulcritud, pero el prolongado y tedioso oficio del planchado, era un duro trabajo que se asignaba a esclavos y sirvientes.

Ya en época de los abuelos se utilizaba la vieja plancha de carbón, la cual se llenaba con brasas calientes, se tapaba y listo para la tarea de desaparecer arrugas; claro que este artefacto había que agitarlo o soplarlo un poco para que le entrara aire por los orificios laterales ubicados en la parte baja para que el carbón no se apagara. Alguien que las usó me dice: “Lo malo de esas planchas era que hacía mucho calor y eran muy pesadas”, y además la ropa blanca se podía manchar cuando volaba ceniza con alguna brisa intrusa o cuando se la soplaba más de la cuenta, y en el peor de los casos, podrías también quemar la ropa si alguna chispa volátil caía sobre ella.


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El paso del tiempo dio origen a la plancha eléctrica, lo cual subsano todos los inconvenientes de la plancha artesanal, aún hoy recuerdo un viejo comercial que rezaba: “Como lo que plancha es el calor y no el peso, nueva plancha… etc, etc”, hoy en día existen en toda variedad de gamas y estilos; una página web afirma que cada 2,5 segundos se vende una plancha en el mundo; lo único que se requiere es haya energía eléctrica, porque de lo contrario les toca hacer como he visto a algunos hacerlo: Calentar al fuego planchas modernas en desuso, cuando no hay energía.

Pero, también están aquellos que de una u otra manera le hacen el quite a este engorroso oficio. Alguien me cuenta sobre cierto personaje que tenía su manera particular de lidiar con las arrugas de su vestimenta: “Según él, nunca planchaba, simplemente colocaba su ropa doblada entre lienzos blancos debajo del colchón y listo.” Literalmente se acostaba encima de su ropa. El resultado de esta operación no sabemos; habría que ejecutarla para cerciorarse.

Alguien más me comparte un truco para no planchar: “Ponerse unos cinco o diez minutos en la noche la ropa que vas a usar al otro día.” Debo confesar que funciona. Pero no hay que llegar al extremo al que llegó un pariente cercano: En los tiempos de estudios primarios, un primo solía bañarse en las noches, se ponía su uniforme escolar, y luego se acostaba a dormir, al otro día se levantaba de último y luego se iba tranquilo para la escuela. No recuerdo cual sería el aspecto de su traje.

Los que le huyen al planchado recomiendan colgar la ropa en ganchos una vez se ha lavado, así evitará que esta se arrugue mucho. Pero aquellos que de una u otra manera han tenido mucha relación con la plancha, de manera contundente dicen que no les gusta planchar. Uno de las personas que entrevisté, me lo expresa de esta manera: “Me gusta mucho ver a la gente usar ropa bien planchada, pero en mi opinión ese acto es desagradecido, porque dura muy poco, es decir, las arrugas vuelven muy rápido, además quita tiempo, y requiere mucha energía eléctrica.”


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Una página web que promociona un producto para facilitar el planchado hace esta afirmación: “En el siglo 19, se usaba el “hierro caliente” como método de castigo. Hoy en día, con canastas a su alrededor llenas de ropa arrugada, es exactamente lo mismo, una tortura.” Y luego rematan diciendo que el producto X te libera de la tediosa tarea de planchar, a la vez que protege la ropa de manchas futuras.

NO PLANCHAR 2Un caballero, que entre otras, fue de las pocas personas que afirmó que le gustaba la tarea de planchar, me cuenta, que: “el acto de planchar no me molesta ni me quita nada.” Y que le da pena andar con la ropa arrugada. En ese sentido relata su experiencia de la vida militar: “En el batallón me tocó planchar con harina revuelta con agua para endurecer el cuello.” Palabras más, palabras menos, nos describe el proceso así: Se mezclaba harina con agua, se remojaba la tela por detrás y luego al planchar el cuello quedaba tieso, y como la tela era de color caqui, no se notaba mucho la mancha de la harina; el mismo proceso de almidonar lo usaban para los bolsillos, las hombreras y la gorra. Obviamente, en la noche tenían que lavar las prendas.

Otra persona, rememora así su experiencia con la plancha: “Tengo un recuerdo no tan agradable que guardo, pues mi abuelita (hace aproximadamente unos 20 años) me dejaba la tarea de planchar toda la ropa de mis tíos, mi abuelo, en fin de toda la familia, yo sólo observaba una montaña, no solamente de ropa, sino también toallas, sábanas, tendidos, y me preguntaba: ¿Para qué planchar todo eso?, aunque mis favoritos eran los pañuelos, porque eran pequeños.”

Mi colaboradora continua expresando: “otra cosa que odiaba de planchar era que después de eso no podía salir de la casa, ni tocar agua. Debía calentarla para bañarme las manos, porque de hecho mis manos, mi estómago y mi cara se ponían calientes tras horas y horas de ejecutar ese acto del que no me quiero ni acordar.” Pero, eso sí es enfática al afirmar: “Aunque aprendí cómo planchar muy bien los cuellos de las camisas.” Vaya usted y pídale que hagan eso a las nuevas generaciones: ¡No te planchan un pañuelo!, empezando porque desconocen la existencia de esa prenda.

Otra cosa que apunta mi entrevistada, es el clásico olor del planchado, me dice:
“¡ El olor a planchado, aún hoy lo detecto a leguas!, por supuesto, es un olor inconfundible sobre todo si las camisas de mi abuelito quedaban mal lavadas en la zona de las axilas. Recuerdo que la plancha era de vapor y cuando se dañaba tocaba echarle gotitas de agua a los pantalones para que la línea del centro quedara perfecta; mi abuelita revisaba que no estuviera torcida y que coincidieran las costuras exactamente. Debían de estar alineadas, al igual que los filos de los pañuelos.”

Y remata contándome que: “una vez estando en esa labor me puse a pensar qué sería de mi vida haciéndolo por el resto de mi existencia.” Concluye diciendo que eso le permitió reflexionar y huir de casa en el buen sentido de la palabra, y que tan pronto terminó el bachillerato se fue a estudiar a la universidad. Hoy piensa, de manera jocosa, que todo ese trabajo de planchar los domingos que le asignaban era una estrategia para que no saliera de casa. En la actualidad dice que su esposo plancha su propia ropa, y en tono de broma, expresa, que le ayudaría si fuera necesario, y cuando compra ropa, prefiere aquella que no se deba planchar.

NO PLANCHARPues bien, llegados a este punto me encontré que hay una campaña en Argentina denominada: EL DIA DE LA CAMISA ARRUGADA el cual se celebró el 20 de diciembre con el objetivo de generar conciencia respecto a la importancia de frenar el cambio climático; (existe “el día sin pantalón”, cuyo objetivo es defender la libertad de expresión, así que no tiene nada de raro que se inventen una campaña más en favor del planeta).

En la página denominada: nolaplanches.com justifican su campaña, con varios convincentes argumentos, entre los que se destacan los siguientes: que no enchufar la plancha equivale a plantar siete arboles. No conectar la plancha genera el oxigeno que necesita un ser humano durante ocho horas y que es como apagar 12 bombillas pequeñas de 100 vatios. Además los promotores proponen que debería ejecutarse esta acción cada jueves y en el portal piden que se utilice la camisa más arrugada que se tenga y así mismo explicar a los curiosos en qué consiste esta propuesta ecológica. En este sentido la arrugadísima camisa de color chocolate que solía usar un compañero de colegio, sería perfecta para esta campaña. Recuerdo que otro compañero le digo un día: “Hola Nacho, plancha esa camisa” y el hombre respondió: ¡Que va, si así es su diseño! No lo olvido, porque nunca he visto otra igual a esa.

Puestas así las cosas, y en estos tiempos de ahorro de tiempo, dinero y energía, bien valdría la pena intentar algo similar en nuestro país y crear nuestro propio día con la camisa arrugada, quizás para un día martes, nos quedaría fácil decir: “El martes ni te cases, ni te embarques, ni planches”. También hasta se le podría solicitar la ayuda a Juanes, pidiéndole que nos reforme su canción y nos cante, NO “música para planchar” sino para “desplanchar”. Sería interesante escuchar una versión de “tengo la camisa negra… y arrugada”. La balada romántica la podríamos usar en la forma que la define el DJ Hugo Florez en el tiempo.com: “… la música para planchar tiene la virtud de unir a los grupos».

Y como de hacer grupos se trata, termino diciendo, que no le jalo a la balada “Caliente, caliente” de Rafaela Carrá, y que para dar ejemplo opto por dejar tirada la plancha eléctrica y me quedo conservando como un tesoro del ayer la ya fría y antigua plancha de los abuelos, esperando a ver quien se une a esta solitaria y fresca iniciativa.

John Montilla
Esp. Procesos lectoescritores.
Adenda: En la parte inferior, imagen que dio origen a este artículo.

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