ElEspectador
“Deberían salir del salón, está temblando”, dijo una mujer que solo asomó su cabeza por el umbral de la puerta café que precedía la sala de egresados de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.
“Yo no sentí nada” respondió Ayda Milé España Jamioy, estudiante de segundo semestre de Ingeniería Civil en la Unal. Llevaba camiseta ligera, de color negro, al igual que su pantalón y algunas gotas de sudor se posaban en su frente.
El año pasado, Ayda junto a dos compañeras de estudio, Yaribed Romero y María Fernanda Gil, crearon un juego virtual para fortalecer el aprendizaje de la lengua Camëntsa, originaria de la comunidad indígena con el mismo nombre en Putumayo, a la que pertenece Ayda. El juego es una plataforma virtual básica que se vale de palabras, objetos y colores para conocer la gramática y sonido de las palabras de la lengua.
“La idea surgió para responder a un examen final que teníamos en la materia programación. Les propuse a mis compañeras hacerlo y comenzamos a poner en práctica el conocimiento de todo el semestre”. Continua hablando sin importar la advertencia de temblor acabada de recibir. Hablaba en voz baja, pero segura de lo que decía.
“Juatsjinyam (aprendiendo) es solo una muestra de que las estrategias tecnológicas pueden mejorar los procesos de aprendizaje no solo en mi comunidad sino en el mundo”.
El proyecto tiene un carácter innovador que determinó su éxito, pero lo que realmente innova y transforma es la capacidad mental que tiene esta joven para reflexionar sobre su comunidad y sus problemas más sentidos.
Las ideas, las buenas ideas son indestructibles e intemporales. Resisten a los peores vientos y hasta terremotos.
Ayda logró entrar a la Universidad Nacional gracias al programa PAMA que beneficia a jóvenes pertenecientes a comunidades indígenas, afro y poblaciones en estado de pobreza extrema. “El objetivo principal de este programa es que la educación sea un asunto incluyente en todo el país”, cuenta John Willam Branch, decano de la Facultad de Minas.
Presentó su examen de admisión en la ciudad de Pasto para el primer semestre de 2014. “Cuando me presenté a finales de 2013 para comenzar en 2014 pasé de una; pero no pude empezar a estudiar inmediatamente porque no tenía los recursos económicos. Trabajé todo el primer semestre para recoger la plata de la manutención en Medellín; me volví a presentar y pasé para el segundo semestre del año”. Según ella, el mayor impedimento para que los integrantes de la comunidad Camëntsa tengan acceso a la educación superior tiene que ver con la parte económica. “En mi comunidad hay personas con muchos talentos, pero no todos tienen la posibilidad de salir y aprender cada día más para luego llevar esos conocimientos a mi pueblo y ser mejores”.
Construcción de paz
Ayda recorrió la sala de juntas con la mirada, parecía distraída, pero continuó: “La idea de venir a estudiar a Medellín se basa en el amor que le tengo a mi pueblo. Quiero volver y ayudar para que no desaparezcan en el olvido las tradiciones más importantes que nos hacen diferenciarnos de los otros”.
Escuchar a una joven de 18 años hablar de procesos de aprendizaje y formulación de estrategias para contribuir al fortalecimiento del tejido social de su comunidad natal parece una fantasía. Pero Ayda, quien aún parece una niña por su baja estatura y sonrisa infantil, hace parte de un conjunto de jóvenes y adultos que están pensando el país desde sus propias necesidades, desde la identidad y que necesitan ser escuchados.
“¿Sabes cuál es el principio de la guerra? La competencia. Cuando vas a solicitar un trabajo te preguntan: ‘¿Cuáles son sus competencias?’ es decir, usted por qué o en qué es mejor que el otro. Yo creo que el trabajo en equipo podría contribuir más que el individualismo”. Y sonrió al notar la cara pálida de quien la escuchaba.
“Juatsjinyam es una gran idea, pero hay más… Hay más procesos, más ideas, más personas que están tratando de solucionar las cosas. En mi comunidad, en el Putumayo, han desaparecido ciertas tradiciones. Yo no quiero que se pierda nuestra lengua, por eso me gustaría trabajar en ese aspecto”. Se recostó en el espaldar del sofá y cerró los ojos un instante. La frase cliché de “El futuro está en los jóvenes” recobra validez estando frente a Ayda, frente a la percepción de paz que tiene en torno al país y, sobre todo, entendiendo que, como lo dijo Eduardo Galeano “en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, personas pequeñas están cambiando el mundo”. Al menos su propio mundo, ese que los convoca como ciudadanos: la familia, el barrio, los amigos.
“Para la Universidad Nacional en especial para la Facultad de Minas que cumple este año 128 años, Ayda es un orgullo no solo por su corta edad y sus grandes iniciativas, sino por encarnar el lema de educación integral que tratamos de fomentar en nuestros programas educativos”, dijo el decano de la facultad.
Ayda se puso de pie, en esta posición parecía más joven. La imagen de una universitaria común. Preguntó la hora a las 4:45 p.m. e hizo una mueca de preocupación. Tenía clase pronto y en época de parciales. Para las fotografías se sentó en una banca. Luego tomó una hoja por el frente, como un aviso, y por fin la oración salió a relucir ante la cámara: “Bëngbe soy jetsjabuachenam desde Ainanokam” (“Ayudarnos desde el corazón”), decía el papel.
Por: Camila Builes
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