Putumayo, paraiso verde donde la gente trata de ser feliz

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Utopia Putumayo

Por : Guido Revelo

Aún tengo fresco el recuerdo de mi niñez, y ahora cuento con 60 años, cuando por cualquier circunstancia mi familia tuvo que salir por poco tiempo del Putumayo y en la escuela donde asistí con mis hermanos éramos objeto de burlas y de ofensas constantes a raíz de nuestra procedencia. A la respectiva queja en nuestra casa, siempre obtuvimos la misma respuesta de mi madre: “me siento orgullosa de ser india”, pero para entonces eso no lo entendíamos. Irónicamente las mismas burlas, travesuras de niñez, les servían a aquellos pequeños triscones para salir de sus apuros en épocas cuando se enseñaba que la palabra “puta” no podía ser pronunciada o escrita por gente decente.

En el maletín escuelero nunca faltaba la regla de madera que siempre sirvió para garrapatear letreros con el lápiz y en ella esculpían, más que escribían, la palabra inconclusa “put…”; hoy pienso que la prudencia más que la decencia no les permitía concluir el mensaje final. Cuando muchas veces este letrero era descubierto por la profesora, siempre les escuché a esos niños presentar la misma excusa: ” profesora…es que yo iba a escribir putumayo”. Sabría luego que esta palabra tan sonora conservó en el tiempo su originalidad quechua, pero bueno, por ahora se había convertido en el mejor pretexto, en muchos escenarios, para escudar palabras “vulgares”.


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Al volver a nuestra tierra agudicé la mirada y por más que me esforzaba, mi lectura no se asemejaba en nada a la de quienes mencionaban despectivamente al Putumayo como una tierra de indios y selva porque lo que mis ojos miraban era algo diferente: un inmenso paraíso verde donde la poca gente que allí vivía trabajaba con entusiasmo y trataba de ser feliz. El respeto , que rayaba en admiración, por Taita Patricio Yocuro el único médico del pueblo que con plantas, rituales, y oraciones curaba a nuestra gente y que con ansiedad esperaban la canoa que empujada con un largo remo por el río Putumayo lo traía hasta Puerto Asís, la solidaridad de los colonos e indígenas que se unían en mingas (conocían esta palabra los citadinos?) para darle solución a un problema de comunidad, grandes extensiones de limpias playas de arena a orillas de un río transparente que invitaban a disfrutar cada tarde de un inigualable baño, miles de blancas garzas que antes de ponerse el sol desfilaban a baja altura sobre el curso del río, inmensos árboles cuya sombra servía unas veces para proteger del sol del mediodía al incansable campesino, otras para hospedar entre sus gigantescas bambas a la ocasional pareja que allí se escondía para iniciarse en el juego del amor, adultos que con su trabajo honrado legaban diariamente enseñanza vicaria a sus hijos, todo esto y más es lo que a mi retina llegaba y mi memoria tallaba.

Pareciera que todo esto fuera cosa del pasado y allí podría quedarse, pero son entidades que sincretizan las características que posibilitaron forjar y sellar el verdadero espíritu del putumayense contemporáneo: hombre de paz por convicción, calificado para convivir con sus semejantes respetando las diferencias, jactancioso de sus raíces, aquiescente por el conocimiento y los saberes de su entorno, solidario como ninguno, incondicional con su ambiente verde y consciente de lo que eso representa, trabajador paciente e incansable y poseedor de un orgullo profundo e inmodificable por su tierra.

Reclamo un momento para que el mundo nos conozca por lo que somos, sentimos y contagiamos: un pueblo orgulloso de su pasado, que ama como nadie su tierra y con todas las ganas de vivir! Me niego a renunciar a este sueño y decididamente, a mis años, renuncio a la idea de progreso si por eso se entiende el legado reciente coquero y mafioso que gente ajena nos trajo.

Guido Revelo Calderón
Puerto Asís, Putumayo, Junio de 2014

Tomado de : Fronteras en Ojos del Realismo Mágico


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