Taitas, chamanes y yagé en Putumayo

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Los rayos del sol tiñen de curi guasca (Yagé del Oro) las majestuosas montañas de los cuatro municipios que conforman el Valle del Sibundoy en Putumayo. En un asomo de noche, un sábado cualquiera a diez minutos del casco urbano de su capital cultural Sibundoy, vive el taita Juan Mutunbajoy Jacanamijoy; uno de los ocho sabios y expertos en el tema del rito del bejuco del alma, que pertenece a la comunidad Camentsá. Una cultura única, como único y altruista es su objetivo de preservar la sabiduría de los chamanes, abuelos y taitas indígenas; de alimentar la utilización de la medicina tradicional y de hierbas.

Para llegar a la vivienda hay que hacer un recorrido por entre cientos de hectáreas de cultivos de fríjol y frutas. Lo primero que se observa es el río San Francisco, bordeando la carretera y entrecruzando los grandes jardines llamados ‘chagras’, llenos de plantas medicinales, artesanales y alimenticias. Un sitio en las casas de las familias indígenas sagrado, desde el punto de vista cultural y religioso.


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Por lo menos unas cuarenta personas de todos los rincones del país buscan semanalmente la maloca del taita Juan. Van llegando, uno a uno. Esperando que al otro día y luego del fantástico viaje, su alma haya quedado lavada y sus heridas sanadas con la pócima de yagé y su consecuente borrachera.
Allí, en aquel sitio, a las seis de la tarde empiezan los cánticos y alabanzas católicas en la maloca Camentsá. La sala familiar se llena de deseosos de medicina espiritual frente a un altar de la Virgen María. Mientras esto ocurre, el Taita descuelga de la pared sus collares de semillas, los colmillos de tigre, con chontas. Toma su sacha wuaira y se tercia en la cabeza su multicolor atuendo con plumas de guacamaya. La noche, entonces se torna mística y melancólica. De un momento a otro cambia el ritmo musical a unas mezclas de flautas, capadores y guitarras, en las voces indias con lamentos y dolor propios de la Amazonia Son las nueve de la noche.

Los deseosos de saber y poder, reciben la cátedra ambiental impartida por el taita Juan. Una explicación ancestral, necesaria, para determinar si lo que padece el invitado es un susto, tiene un espanto, le llegó la mala hora o para alejar a sus enemigos y lograr el amor de la vida. Algunos lo hacen para conocer el futuro de sus negocios; los que menos, para contar una historia a los nietos.

Una especie de confesionario empieza a desarrollarse entre sonidos propios de la zona montañosa y los cerros de Bordoncillo, Patascoy, Paramillo y Cascabel. Posterior a este episodio, viene lo sublime: la toma del yagé, de manera perceptible a los sentidos de los asistentes pero particular e intima. La sacha wuaira empieza a sonar como si fuera el llanto de un alma en pena. Las semillas, los cascabeles y el sahumerio herbal juntos, simulan una especie de bosque encantado donde los espíritus buenos se liberan para permitir la cura del cuerpo y del alma.

Durante varias horas los extasiados huéspedes en la maloca de los Mutunbajoy descansan, pero no duermen. Oran pidiendo por sus necesidades interiores. Las matronas indígenas se acuestan para no interferir en el rito y en el patio solo se escucha el eco de los malos espíritus, que espantados salen a lavar sus penas y a ahogarse en las aguas de la garganta de Balsayaco. Son las tres de la mañana y en la maloca solo se escucha el canto del taita Juan, acompañado de los sonidos de luciérnagas y grillos y por supuesto que del correr de las aguas del río San Francisco.


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La borrachera es bien particular. Los aturdidos turistas dan tumbos sin rumbo fijo por las zonas permitidas pero no caen al suelo. Los otros, en medio de ese guayabo y buscando lo perdido, auto dirigen interiormente sus ruegos personales y esperan la sanación definitiva.

Nuevamente el Taita los va llamando uno a uno para iniciar el último de los ritos. Una especie de fuetera con ortiga. Al ritmo de los rezos y los cantos llega un nuevo día. Son las siete de la mañana y como si fuera una procesión, todos van saliendo para sus lugares de origen en medio de un guayabo espiritual y cargando las bebidas que en el futuro les dará la razón.

Muchos se quedan hasta por 15 días; otros, por el contrario quieren quedarse en la zona a vivir, para tener el remedio a la mano.

Según la Fundación Cultural en el Alto Putumayo como también se le conoce al Valle, hay 17 hoteles, siete empresas de transporte intermunicipal, unas 200 camas dispuestas para albergar a los más valientes y aventureros, pero también existen las Posadas Turísticas del Vice Ministerio de Turismo. Una de ellas es la del Taita Miguel Pajibioy, un anciano que se encuentra en la vereda Bellavista, entre cultivos de borracheros, orquídeas, pino pátula y siete cueros y donde el paisaje es sencillamente hermoso y sublime.

En el Valle del Sibundoy hay de todas formas otros expertos y calificados indios sabedores de la cultura ancestral y de la preparación del Yagé. Ellos son los chamanes Floro Agreda, Martín Agreda Butanjabijioy, Miguel Juanjibioy, Antonio Jacanamijoy, Santos Jamioy, Benjamin tiso (Inga), y un sabio de la región llamado Domingo. Solo con ellos los turistas estarán bien en lo que tiene que ver con el rito del yagé.

Fotos: Edgar Torres Sotelo

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