No más minas antipersonal en los Parques Nacionales

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En abril de 2011  un guardaparques murió al pisar una mina antipersonal en el parque natural Serranía de los Churumbelos.

Por Carolina Calle | Publicado el 6 de febrero de 2012. El Colombiano
De los Parques Nacionales Naturales de Colombia han salido 295 víctimas. Entre Córdoba y Antioquia, El Paramillo ha puesto la mayor cantidad: 98 accidentes. En el Nevado del Huila las Fuerzas Armadas han intervenido en 236 operaciones de desminado militar. En la Serranía de los Picachos, entre el Caquetá y el Meta, ejecutaron 140. Y el parque Los Katíos, declarado por la Unesco Patrimonio Mundial Natural, ya tuvo su primera vez.

No más minas antipersonal en los Parques NacionalesDescontaminadas están las 8 áreas protegidas de la región Caribe. Las tres insulares: Gorgona, Malpelo y Providencia. Utría, Sanquianga y Uramba de la Pacífica. Los Tuparros en la Orinoquia, cuatro de la Amazónica y 12 de la Andina.

Crónica en Video

Camino a la desventura


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Alguien dejó una correspondencia a la salida de la selva. Era una carta tirada en medio de 97.189 hectáreas rodeadas de mariposas mensajeras y ositos de anteojos.

Francisco la encontró, se detuvo y la recogió con sigilo delante del par de funcionarios del parque natural Serranía de los Churumbelos Auka-Wasi. Pedro y Jaime se encogieron de hombros cuando la abrió y entre las líneas solo leyeron silencio.

La doblaron, la dejaron en la misma trocha y comenzaron el ascenso a un peñasco mientras pensaban en el remitente que olvidó esa misteriosa hoja en blanco. Veinte metros después descifraron el acertijo.

¡Prum!, crujió la tierra en un santiamén. ¡Ay!, gritó Jaime entre un torbellino de llamas que lo escupió hacia arriba y luego lo tiró en seco sobre la cicatriz hendida que le quedó a la montaña: ¡tran!


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-¿Qué pasó?- se preguntó Jaime tratando de recordar cuál de tantas especies de la Amazonia era esa tan violenta que se escondió bajo el suelo, tenía aliento de volcán y daba mordiscos de fuego.

-¿Qué será esto? -continuó Jaime, mientras miraba esa pierna distante que ya no le pertenecía a su cuerpo- ¿Serán las minas ‘quiebrapatas’?

La situación en los parques

Orgullosamente Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo después de Brasil. Y deshonrosamente, también ocupa un segundo puesto mundial, superado por Afganistán, como la nación con mayor número de personas afectadas por minas antipersonal y munición sin explotar.

El 29 de abril de 2011 este territorio salió de la lista del Sistema de Parques Nacionales Naturales libres de minas antipersonal. Y el accidente de Jaime Girón Portilla inauguró a la Serranía de los Churumbelos en las estadísticas del Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonal (Paicma).

En ese diagrama de barras, que lleva la cuenta desde 1990 hasta 2011, también aparece un uno en el parque de Los Nevados, donde solo en el 5.6 por ciento de su territorio puede haber ecoturismo. En el parque natural Chingaza, a menos de un par de horas de Bogotá, donde el cóndor de los Andes guiña el ojo, hubo 3 accidentes por mina antipersonal. Y en la Sierra Nevada del Cocuy, cuatro sectores están bajo sospecha de campo minado.

Entre accidentes e incidentes (desminado, sospecha de campos minados e incautaciones), el primer lugar lo ocupa la región Andina con 11 de sus 25 parques minados que reportan 1.001 eventos.

La Orinoquia ocupa el segundo lugar. El parque Sierra de La Macarena es el más afectado del país con 399 sucesos. En el Caribe, la Sierra Nevada de Santa Marta anota 18 casos; en el Pacífico, el Patrimonio Natural Mundial Los Katíos tiene 1; y en la Amazonia, 4 de los 11 parques acumularon 24.

Los bautizos naturales

La expedición a esa reserva vecina del parque natural Serranía de los Churumbelos Auka-Wasi había partido en la madrugada del último jueves de abril del año pasado.

Eran tres los peatones de ese paisaje ambiguo con tajadas de selva, llanura, valle y bosque en las fronteras del Huila, Caquetá, Cauca y Putumayo, donde la altura de los Andes se aparea con la espesura de la Amazonia.

Pedro llevaba el GPS, Jaime una agenda y Francisco la ruta en la memoria. Uno leía las coordenadas, otro las transcribía y entre los tres bautizaban cada maravilla. De regreso tendrían con qué fijar fronteras, excluir del mapa a los peregrinos de la caza y la tala que entraban con hacha, motosierra o escopeta. Y algún día -soñaba Francisco- ser el guía de un turista.

En las notas de Jaime quedaron registrados los nombres que otorgaron el primer día de recorrido: río Cristal, quebrada La Peñita, cueva El nido del duende y monte El Bombón, donde cada uno se blindó en su carpas, para evitar el bombardeo de insectos y la visita de la serpiente ‘perrogato’, que ladra y rasguña en la tarde a partir de las cuatro.

El viernes Jaime cambió de opinión. Al monte El Bombón lo renombró La Pavita, inspirado en un ave con tono de soprano que en la madrugada los despertó cantando.

Francisco iba adelante, Pedro en la mitad y Jaime de último. En el mismo orden reconocieron, en el trayecto a la montaña Buena Vista, rasguños del único oso suramericano, excrementos de danta y huellas de puma. En los alrededores del manantial de donde sirvieron la sobremesa del almuerzo y estregaron la ropa, también hallaron señas, pero de huéspedes humanos.

Dejaron un árbol con el tronco partido en pedacitos, las cenizas de una fogata, un cambuche verde y las zanjas, alrededor de una planicie, amuralladas con costales.

-Por aquí pasó la guerrilla… -dijo Francisco con cierta desazón al confirmar que esa reserva no era tan virgen.

El salto del ‘dragón’ verde

-¿Por qué la pisó Jaime si era el último? -se cuestionó Francisco con pesadumbre.

-¿Y por qué no la pisé yo si iba adelante de Jaime? -también exclamó Pedro.

-Pero él no se muere- coincidieron los dos porque lo vieron salir con vida, porque invocó a la madre de sus hijos, porque sonrió cuando escuchó zumbar el helicóptero.

-Con la piernita despedazada, pero él está bien -presagió Francisco- siquiera lo sacaron.

Jaime fue el primero que tomó el atajo del aire antes del atardecer del viernes porque Pedro pudo anunciar las coordenadas de la tragedia desde el mediodía.

-Ahora venimos por ustedes, quédense quietos -les dijo el soldado que descendió de la nave y que sujetó con un abrazo a uno de esos tres hombres que entró a una reserva ecológica y de pronto salió mutilado de un campo minado.

Cuando llegaron el frío y las estrellas, Francisco y Pedro no esperaron más tiempo de pie, tampoco en cuclillas y terminaron sentados, uno detrás del otro, dándose la espalda y compartiendo la cobija, la paradoja y el sollozo.

Dos noches estuvieron como estatuas sometidos al deleite involuntario de un paisaje traicionero que los acorraló en la cumbre de un peñasco. Estaban a ocho horas de la salida de la reserva, a un día y medio del punto de partida, quizás a centímetros de otra fiera subterránea y a una vida de Jaime. Y al tercer día ascendieron al cielo, las hélices licuaron las nubes que habían impedido el rescate y salieron del presunto paraíso a visitar a Jaime en el camposanto.

-Yo creo que el papelito blanco que nos encontramos era la seña -susurró Francisco- Pero cómo íbamos a entenderla si nosotros no hacíamos parte de esa guerra

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