Una esperanza

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Por: Santiago Montenegro. Columnistas El Espectador

Mi abuelo paterno, Jesús Trujillo Botero, había muerto muchos años antes de que naciéramos todos sus nietos, pero su presencia nos acompañó en la niñez en fotografías que lo mostraban a caballo, con escopeta y botas de cazador.

Pero también en una variedad de objetos que había traído de sus viajes por el río Putumayo hasta la desembocadura sobre el río Amazonas hasta llegar al Brasil, como cartuchos de cobre que recogió al otro día de la batalla de Tarapacá, cuando la guerra con el Perú; o en pieles de osos perezosos, de tigrillos y de otros animales o en unas cajas de vidrio con mariposas de colores alucinantes. También en historias que escuchó en sus travesías, como las atrocidades de la Casa Arana o los relatos de ejércitos de millones de tambochas que devoraban todo lo que encontraban a su paso y sólo dejaban esqueletos de personas y animales.

Fuente : Cartilla IIRSA

De los objetos y relatos de mi abuelo, siempre me quedó un gran interés y curiosidad por conocer el oriente, el río Putumayo y el Brasil. Siendo director del DNP, conocí varios reportes indicando el interés de ese país por buscar salidas al Pacífico para incrementar su comercio con los gigantes del Asia, como China e India. Por las andanzas de mi abuelo, yo sabía desde niño que el río Putumayo era navegable desde Puerto Asís y no fue difícil constatar con los técnicos del DNP que, para el Brasil, la salida al Pacífico por esa vía era una de las más convenientes, porque el transporte fluvial es significativamente más barato que el transporte por carretera. Y porque Puerto Asís está relativamente cerca del océano y, además, ya existía una carretera que, desde Mocoa, subía a Pasto y luego bajaba al puerto de Tumaco. En otras palabras, ya había un medio de comunicación que unía al Brasil con el Océano Pacífico.


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Armado con esos argumentos, organicé una visita oficial y me entrevisté en Brasilia con los ministros de transporte, de planificación y de desarrollo y con el presidente del BNDES, en Río de Janeiro, para hacerles ver la bondad de la salida al Pacífico por el río Putumayo y solicitarles un crédito para la rectificación y pavimentación de la vía Mocoa-Pasto y, especialmente, para la construcción de la variante San Francisco-Mocoa. Para los departamentos de Nariño y Putumayo, y para Colombia, los beneficios de este proyecto eran y siguen siendo evidentes. En particular, con la construcción de la variante San Francisco-Mocoa y con la rectificación y pavimentación de la vía se reduce el tiempo de transporte de Pasto a Bogotá en unas cinco horas. Infortunadamente, el interés de la conexión con el Brasil se diluyó en el tiempo, especialmente por la presencia de los grupos armados ilegales y también por la redefinición de prioridades de los nuevos funcionarios públicos.

La buena noticia es que, con recursos que dejó comprometidos el anterior gobierno, el presidente Santos acaba de inaugurar la construcción de la variante San Francisco-Mocoa, como parte de la recuperación de toda la vía que comunica a Tumaco con Mocoa. Lo que falta es volver a darle vida al proyecto de la conexión fluvial con el Brasil por el río Putumayo. Hay que hacerlo porque es un proyecto de mucha conveniencia para los dos países, pero también para darles crédito a tantos pioneros, como mi abuelo Jesús, que lo navegaron cuando esas regiones eran casi tan inhóspitas como cuando las recorrieron los conquistadores españoles.

Febrero 5 de 2012- Diario El Espectador. http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-324909-una-esperanza


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